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10 de agosto de 2013
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“Un tesoro inagotable en el cielo”. Fue en otra ocasión cuando el Maestro de Nazaret nos habló de la alegría del que encuentra un tesoro escondido. En el evangelio de hoy nos vuelve a hablar de tesoros, de robos de madrugada y de la atención debida a esto que llamamos vida.
Una sociedad de consumo como la nuestra, tan dada a las experiencias novedosas, la acumulación caprichosa y el placer instantáneo, parece correr por atajos para encontrar la felicidad en la posesión de bienes y en la gloria personal. El horizonte del Reino de Dios, por el que murió y vivió Jesucristo, nos atrae con otros valores como son la vigilancia constante de nuestro presente y la elección libre de la pobreza liberadora.
Un rasgo que nos debería preocupar como seguidores de Cristo es precisamente la centralidad del seguimiento de Cristo. Que se traduce en búsqueda constante. Todo lo contrario al inmovilismo cómodo que tanto se hace presente en nuestras realidades más próximas. El ladrón que aparece en el pasaje no solo ha hecho un boquete, ha limpiado todo lo que era inquietud misionera y ardor espiritual.
Para mantener la búsqueda hemos ser personas que permanezcan en fe y fidelidad. Dos palabras que valen un tesoro. Dos virtudes, dos actitudes básicas y hacia las que tendemos. Donde nos jugamos mucho, por no decir todo, para ser cristianos hoy. La fe por la que obedeció Abrahán la llamada. La misma llamada que hemos de obedecer nosotros con toda nuestra mente y todo el ser. Que es divina y que se encarnó en lenguaje humano para llegar a nuestra sensibilidad. La misma fe que fecundó a la vieja Sara. Esta fe que nos desarrolla por dentro y nos hace luminosos por fuera, para ser significativos, luz del mundo, nada menos. Que nos arranca del pesimismo de lo mediocre, de lo casposo y moralizante.
La otra palabra que me sugiere la Palabra dominical es fidelidad. Que es rasgo de la revelación divina a lo largo de la historia de la salvación. Que junto a la misericordia y la lealtad ofrecen el retrato que de sí mismo ha realizado el Señor. A través del ejemplo del administrador fiel, nos hace caer en la cuenta de nuestra propia fidelidad. Un valor poco en alza en nuestro imaginario social, y sin embargo de radical importancia en el futuro de la Iglesia. La fidelidad no son números, cálculos ni por supuesto presión social. Es el camino arduo que hemos de recorrer aunque nos quedemos solos. Que se anda por cada persona y que comunitariamente lo compartimos para estimularnos y hacer fiesta de esta elección.
El texto de la parábola no disimula la tardanza de Dios, un retraso que se vive como ausencia. Como tantas sensaciones nuestras de que el Señor ha desaparecido del mapa, que estamos solos y mal vistos. Este es el momento de la fidelidad, la misma que vivió Jesús camino de Jerusalén. La que le permitió vencer la oscuridad humana y social que se transforma con facilidad en violencia y poder despótico.
El texto también distingue entre los que saben y no saben lo que el Señor quiere. De este modo los oyentes asiduos de la Palabra tenemos que mantener una fidelidad más exigente. Hemos escuchado la llamada, nos ardió el corazón y no tenemos más remedio que dar la ración a sus horas a las personas que la vida y sus circunstancias ha puesto como nuestros prójimos. Me gusta la expresión a sus horas. Pues el compromiso tiene sus tiempos y no se hace un día para librar tres. Es un trabajo constante mantener viva la caridad. Y lo haremos porque somos administradores y no dueños, porque estamos de paso, porque el Señor que nos formó en el vientre materno quiere nuestra fidelidad en lo pequeño y escondido. Que iremos haciendo etapas en la vida, que creceremos si somos rápidos y generosos en la respuesta.
No quiero terminar sin nombrar a Santa Clara de Asís que hoy celebramos, que festejan las hermanas clarisas y también la aldea de Claras en Yeste que tengo la suerte de acompañar en la fe. Ella junto a San Francisco encontraron el tesoro inagotable, consagraron su corazón entero a la construcción del reino de Dios en la fraternidad humana. Pasados los siglos su luz sigue brillando tanto que nos hace caminar a los que tantas veces entramos en las sombras de la infidelidad.
Antonio García Ramírez
Párroco in solidum de Yeste