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6 de agosto de 2011
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Son muchos los momentos de nuestra vida en los que las dificultades nos superan y tenemos la sensación de tener el agua hasta el cuello. Situaciones en las que las fuerzas flaquean, nos sentimos incapaces para afrontarlas y nos superan. Cuántas ilusiones y proyectos se desvanecen en nuestra vida, cuántas cosas salen al contrario de lo que pensábamos, y con cuánta frecuencia nos encontramos agobiados por lo que se nos escapa de las manos y no podemos afrontar. Momentos que nos centran en nosotros mismos, en nuestra pequeñez e incapacidad y nos recuerdan nuestra condición débil y limitada. En ocasiones son huídas, de nuestra realidad, de nuestras responsabilidades, de nuestros compromisos, de nosotros mismos; momentos en los que nos sentimos hundidos y quisiéramos desaparecer, y como el profeta Elías gritamos “Señor, quítame la vida, no soy más que mis padres”.
Elías, vive en un momento de la historia del Reino de Israel, en la que todo el Reino se ha volcado hacia el culto de Baal, y sólo él mantiene su fidelidad al único Dios de Israel, a costa de poner en peligro su vida. Huye de norte a sur, desde el Carmelo hasta el Horeb. Atraviesa el desierto durante cuarenta días. Un proceso largo en el que se desprende de todo hasta desearse la muerte. Pero el proceso transformador no se ha concluido, falta el encuentro con Dios en el Horeb (el Sinaí, el monte de Dios). Al llegar entra en la cueva y allí recibe el mandato de Dios: “Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!”. Pero el Señor no estaba en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, manifestaciones en las que anteriormente se había manifestado, sino en una brisa tenue. Qué confusión, el Todopoderoso se manifiesta ahora en la debilidad de una brisa tenue. Todos sus esquemas sobre Dios se le caen. Tiene que aprender que Dios es una realidad inabarcable que nunca terminamos de conocer, siempre nos sorprende y desconcierta.
Después de la multiplicación de los panes, como si de una prueba se tratara, Jesús manda a los discípulos que suban a la barca y crucen el lago en medio de la noche, mientras Él va a orar. En la oscuridad de la noche la fuerza del viento huracanado y la tempestad, pone a prueba la capacidad de los discípulos y Jesús aparece andando sobre las olas, y ante el asombro la palabra de Jesús suscita la fe: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”, y a pesar de todo permanece la duda “Señor, si eres tú…”.
Solamente, en el reconocimiento y la confianza surge lo imposible. El fogoso Elías tiene que reconocer que la fuerza de Dios está en la debilidad. Una fuerza que le trasforma, le cambia los criterios y hace volver por donde ha venido, para seguir viviendo su fidelidad a Yahvé en aquellas circunstancias difíciles que le toco vivir. Pedro, siguiendo la llamada de Jesús: “Ven”, camina sobre el agua, “pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor sálvame”.
Aunque vivimos de la fe, con frecuencia nos sucede lo mismo, como a Pedro Jesús nos dirá: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”. La duda nos puede y el miedo nos paraliza. Solemos afrontar las distintas situaciones desde nuestras fuerzas y capacidades; como Elías y Pedro en el límite de nuestras fuerzas nos sentimos fracasados, incapaces y hundidos. Unas veces porque el camino es superior a nuestras fuerzas, otras por que nos lanzamos alegremente apoyándonos en nosotros mismos, olvidando que nuestra suerte sólo está en Jesús. Nos cuesta caer en la cuenta de que el Señor no nos ha abandonado, que en su silencio nos acompaña, y nos sorprende caminando sobre nuestras dificultades y manifestándose desconcertante por donde no lo esperamos. Jesús se vale de la dificultad, de los problemas de nuestras vidas para llevarnos a Él, a su encuentro, para ayudarnos a descubrirlo como es, para cogernos de la mano y darnos su fuerza, su amor, su vida. Jesús nos espera en la oscuridad de nuestra cueva, en el fragor de la tormenta, para renovarnos en su amor y para ayudarnos a descubrirlo como lo que es “Hijo de Dios”.
Continuamente el Señor nos llama a descansar en Él, a poner en Él nuestras vidas, nuestras preocupaciones y problemas. En cuántos momentos hemos experimentado seguridad poniendo nuestra confianza en Jesús, viviendo nuestra vida desde Él; la misma tarea se ha hecho más ligera, y las mismas circunstancias más suaves. Sólo lo imposible e insuperable se ha hecho posible porque Jesús nos ha cogido de la mano, nos ha ayudado a caminar, nos ha hecho ver las cosas de otra manera; en definitiva nos ha dado la vida que nos faltaba, la fuerza que necesitábamos, el ánimo que no teníamos. Él se ha acercado a nosotros y nos ha dado la confianza para que en medio del vendaval no tengamos miedo, no nos acobardemos y vivamos nuestra vida con la empatía que sólo nos viene de Él.
Luis Enrique Martínez Galera
Vicario Episcopal de Albacete (ciudad)
y Párroco de El Buen Pastor