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6 de julio de 2013
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“El Señor designó a otros setenta y dos, además de los doce, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde Él debía ir”.
Hoy el Señor sigue eligiendo y designando otros discípulos para que, junto a los doce, lleven la Buena Noticia a todas las gentes. Es un gran gozo para el alma y el corazón saber que el Señor ha puesto su mirada en nosotros para que seamos sus instrumentos, para que seamos sus discípulos y así misioneros de su Buena Noticia. Hoy, nosotros, en este siglo XXI, también llevamos la paz del Señor a todos aquellos que Dios pone en nuestro camino.
Quizás muchas veces no nos reconozcamos misioneros pues creemos que misioneros son sólo aquellos que marchan por tierras lejanas, que salen de sus casas o de sus países y van a otros países más pobres o más alejados o que menos conocen a Dios. Pero, en realidad, todos hemos sido elegidos para llevar la Buena Noticia del Evangelio. Todos somos misioneros en el día a día de la alegría de ser Hijos de Dios, del gozo de saber que el Señor posó su mirada sobre nosotros y nos eligió para ser constructores de un Mundo Nuevo, de un Hombre Nuevo.
San Agustín dice: “El Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti”, y a eso le podríamos sumar esta elección de Dios, que Él quiere que nosotros, seamos obreros en la mies, sembradores de esperanza, de fe, de amor. Por eso debemos creer que, con su Gracia y Espíritu, podemos misionar día a día en nuestra familia, en nuestro barrio, en el trabajo, en todo lugar.
Por ello, el Señor, cuando nos elige nos habla de lo que hemos de vivir y cómo vivir. En estos días atrás nos ha ido diciendo cómo es el discípulo de Cristo, cómo ha de vivir, qué es lo que tiene que aceptar. Y, se podría decir, que lo que Él nos muestra no es lo que el corazón humano quiere, pero sí es lo que todo hombre espera: la plenitud de nuestra vida.
San Pablo, en la carta a los Gálata, de hoy, nos dice: “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo”. Es una decisión muy fuerte y, hasta podríamos decir, que no nos alienta a seguirlo. ¿Por qué? Porque ninguno quiere estar crucificado. Hoy no queremos renunciar a nuestra vida, no queremos entregar nuestro tiempo, no queremos renunciar a nuestro yo para seguirlo a Cristo.
San Pablo, al igual que María, comprendieron y aceptaron que el camino de la renuncia y de la aceptación de la voluntad de Dios es el camino para alcanzar la bienaventuranza del corazón. María dijo: “me llamarán bienaventurada todas las generaciones”, y así es, María, la Virgen Madre de Jesús, no fue y es bienaventurada por ser Madre de Jesús, sino porque “escuchó y practicó la Voluntad de Dios”.
Y hoy Dios nos está llamando a cada uno de nosotros a aceptar su llamada de ser “santos e irreprochables ante Él por el amor”, una llamada que cuando la aceptamos será el Espíritu quien nos transforme y nos de la fortaleza para ser fieles, quien nos acompañe en todos nuestros caminos y nos ilumine para vivir de acuerdo al querer de Dios.
“La cosecha es abundantes, pero los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”. Ayer, sábado 6, el Señor consagró a dos hermanos nuestros: Fernando Zapata y José Valtueña con el Orden del Diaconado, preparándolos para el Orden del Presbiterado, y así ungiéndolos como “trabajadores para la cosecha”, una cosecha que cada día es más lenta, porque son pocos los que dan su SÍ al Señor. Pero, gracias a Dios, aún hay quienes tienen la valentía de saber que es Dios quién llama y quien sostiene la vida.
Todos los que hemos sido llamados a la vida sacerdotal o consagrada, siempre hemos sentido el temor de no poder vivir de acuerdo a la voluntad de Dios, pero cuando el SÍ brota de nuestros corazones, el fuego del Espíritu Santo quema nuestros temores y nos ayuda a descubrir el amor que nos fortalece y anima.
Por eso animaos a ser “trabajadores en la mies del Señor”.
Néstor Fabián Failache Loza
Párroco de Riópar