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3 de julio de 2010

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La liturgia de este domingo tiene un carácter misional. Muchas veces hemos leído o escuchado este texto: la mies es mucha, los obreros pocos. Rogad al dueño de la mies que envíe obreros…Durante el año sacerdotal la inquietud por la escasez del número de sacerdotes ha hecho que el acento se coloque no tanto en “la mies es mucha…” cuanto en “…los obreros son pocos”. Pero el mismo Jesús es quien llama y envía a todos. Toda la comunidad es misionera. En la simbología bíblica, decir setenta es tanto como decir “todos”. La responsabilidad misionera de la Iglesia no puede recaer en unos pocos.

Cada cristiano ha de ser testigo de la Buena Noticia. Por eso nos sentimos incluidos en ese grupo de enviados y tratamos de traducir para nosotros las instrucciones que Jesús les dio.

Hemos recibido muchas cosas de Jesús. Sobre todo el amor y la libertad: somos hijos de Dios. Pero ese gran regalo no es para que nos lo quedemos para nosotros solitos, sino para darlo a los demás. Si en verdad el evangelio es algo bueno para nosotros, ¿por qué no ofrecérselo a todo el mundo para que lo acepte el que quiera? Lo nuestro es anunciar la Buena Noticia del Evangelio, la buena noticia de Jesús, la buena noticia que Dios es Padre de todos y nos quiere felices, libres y llenos de amor, el que Él nos regala y el que nosotros ofrecemos.

Cuando se piensa en misiones, en la selva africana o en Latinoamérica, enseguida pensamos en que hay que mandar alimentos, medicina, material escolar, etc. Ello habla de la buena voluntad y de la generosidad de muchas personas.

Pero, cuando leemos en el evangelio: No llevéis ni talega ni alforja, ni sandalias, más bien lo que tenéis que llevar es la PAZ, Paz a esta casa, a estas gentes y pueblos.

Para evangelizar lo que hace falta es Buena Nueva: paz, salvación, perdón. Porque, a lo mejor lo que enviamos es de todo, menos evangelio.

Os envío como corderos en medio de lobos. No debió ser muy buena la acogida que la gente ofreció a los primeros misioneros cristianos.

El cristiano, misionero o no, ha de ser una persona que piensa, lúcida, crítica, libre, y dialogante. Ni un tirano, ni un titiritero sin criterio. Ni un déspota que impone y defiende apologéticamente una doctrina, ni una persona sin criterio que pacta con todo y con todos.

El cristianismo requiere estar despiertos, lúcidos, con las lámparas encendidas y en vela. Todos, más o menos, en cierto sentido estamos enviados a evangelizar. Lo primero que hace falta para evangelizar es que el evangelio, la Buena noticia, lo sea para nosotros.

Porque, si el evangelio, no lo es para nosotros, podemos ser unos magníficos «delegados del gobierno en», pero no misioneros que comunicamos paz, perdón, libertad, alegría, serenidad.

La vida pastoral: catequistas, sacerdotes, grupos de Cáritas, monitores de campamentos, etc. … no son meras «correas de transmisión”, no son meros «transportistas de una agencia de correos». El que evangeliza es alguien libre, pensante, que trata de comunicar creativamente el evangelio a determinadas personas.

¿Tenemos la experiencia en nuestras vidas de la buena noticia de la paz y libertad del Evangelio? Eso es lo que hay que transmitir: Paz.

Y en todo caso: orad. Orad al dueño de la mies que cuide de la semilla, de la tierra, del agua, de los misioneros y de la Buena Noticia. Que surja una cosecha espléndida, un gran árbol, que llegue el Reino de Dios.

La alegría es un bien escaso en nuestro entorno, en nuestro mundo. Personas alegres llaman la atención, porque vivimos en un mundo triste, la “depre”, la “atonía” esta en nuestro entorno.

Los setenta y dos enviados por Jesús volvieron muy contentos, porque habían superado el mal. Jesús les invita a alegrase porque sus nombres están inscritos en el cielo, es decir, porque viven en comunión con Dios. Hacen el mismo trabajo de Dios: la felicidad humana.

José Agustín González García
Párroco del Sagrado Corazón de Hellín