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30 de junio de 2012

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En el fútbol cada cierto tiempo se juega una Final, un día muy especial que pasa a la historia y en el que te lo juegas todo.

En la vida de la fe, en la vida cristiana cada día es una Final, cada día es importante, cada día te acerca o te aleja de tu Meta.

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús no sólo con su capacidad de sanar y curar, sino incluso de devolver la vida. Las beneficiarias de este poder son dos mujeres, y en ambos casos la fe entra en juego como bien para uno mismo, o como ayuda para otro (la fe de Jairo hace que su hija recobre la vida).

El pasaje narra un momento exitoso de la vida pública de Jesús, pero en este caso el relato concede más importancia a la atención  que dispensa a los necesitados. Es un Jesús disponible, que -cuando es preciso-  deja a la muchedumbre para facilitar el encuentro personal, el diálogo profundo y transformante con la persona concreta.

La hemorroísa es una mujer que se desangra, que se le va la vida, arruinada, enferma y, posiblemente, desencantada después de  inútiles intentos de curación. Representa a muchas personas… Podríamos preguntarnos: ¿por dónde se le va la vida a la gente?

También la difunta hija de Jairo es una muestra, un ejemplo de tantos niños “sin vida”, desde los que no llegan a nacer, hasta los que son explotados laboral y sexualmente, los de la calle, los no amados, los que viven en riesgo de exclusión social,… ¿Tenemos suficientemente presentes en nuestra vida, en nuestro compartir, en  nuestra oración a estos niños?

La vuelta a la vida de la niña tiene que ver con la atrevida labor de mediación de su padre que, a pesar de ser jefe de la sinagoga, lleno de fe acude a Jesús, superando el miedo al ridículo si la cosa no salía bien. Su  “éxito” nos anima a agradecer la labor de tantas personas e instituciones que dentro o fuera de la Iglesia y en las familias “dan vida” a los niños.

Nosotros no “hacemos milagros”, pero sí podemos acompañar, amar, interceder, poner ante el Señor tantas situaciones que necesitan su presencia, nuestro esfuerzo y nuestra fe. Todo esto constituye un testimonio que puede animar a otros a hacer lo mismo.

Volviendo a la hemorroísa, asombra el hecho de que se ve sana a través del roce tímido y osado de la túnica del Señor. Es curada por su confianza en Jesús incluso antes de la comunicación con palabras. Lo normal es que permaneciera encerrada en su casa, pues por su enfermedad –que la hacía impura según la Ley- no debía aparecer en medio de una multitud y, menos aún, rozar el manto de un rabí. Sin embargo, su fe le hace sobrepasar esas barreras y dar los pasos necesarios que conducen a su sanación.

Llama la atención la sintonía entre los dos: a la vez que ella se notó curada, “Jesús sintió que había salido fuerza de él”. ¿Por qué no poner nuestro empeño en vivir esa comunión vital con él? Es como abrir nuestra puerta para poder acoger tanto bueno que él nos ofrece cada día.

Jesús pone Vida en lo que toca, en los que toca, en los que se acercan a él para “tocarlo”. Y, mira por dónde, nosotros -en su nombre, enviados por él como discípulos suyos- podemos ser transmisores de esa Vida allí donde alguien se desangre, allí donde haya signos de muerte.

Y esto hemos de hacerlo siempre con la misma humildad del Maestro, que en lugar de apuntarse los triunfos dice “tu fe te ha salvado”, y que en los dos casos realiza los signos en secreto o insistiendo en que “nadie se entere”.

Esto de ser humildes transmisores de su fuerza, de su amor, de su vida, sólo será posible si antes hacemos como Jairo o como la mujer enferma, si acudimos a Jesús desde nuestra carencia, nuestra debilidad, nuestra impotencia, … ¿He escuchado en mi interior alguna vez la voz del Señor diciéndome “tu fe te ha salvado”, “basta que tengas fe y …”?Sí, es cierto; basta que tengamos fe y nuestra vida estará llena de sentido; basta que tengamos fe y seremos capaces de muchas cosas que nos parecían imposibles; basta que tengamos fe y sentiremos a Dios muy cerca; basta que tengamos fe y seremos capaces de transfigurar nuestro mundo.

                                   Santiago Bermejo Martín                                               Vicario Episcopal de Zona `La Mancha´ y
Párroco de San Sebastián de Villarrobledo