Manuel de Diego Martín
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13 de octubre de 2012
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El jueves pasado, 11 de octubre, en Roma el Papa Benedicto, en una solemnísima celebración litúrgica, inauguró el Año santo de la Fe para toda la Iglesia Universal. Y ayer nuestro Obispo con una gozosa celebración abrió el Año Santo para nuestra diócesis
El inicio del Año de la Fe entre nosotros no podía ser más hermoso y emotivo. Se comenzó con el encuentro en la plaza de la Virgen de los Llanos de fieles venidos de todos los rincones de la diócesis. Saludos, abrazos, cantos, bailes, era una fiesta multicolor. A continuación la Eucaristía en la Catedral, en la que el Señor Obispo nos animó a vivir con intensidad este regalo del año santo. Y, a continuación, en el Auditorio, entre otras cosas, fue sobrecogedor el escuchar testimonios de hombres y mujeres de fe de diferentes rincones de nuestra Diócesis.
¿Qué significa celebrar un Año Santo de la Fe? En 1967, en el centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, el Papa Pablo VI anunció un año santo de la fe. En aquel tiempo se había clausurado el Concilio. Este había sido como un revulsivo en muchas realidades eclesiales; tal vez en algunos campos se estaban pisando líneas rojas. El Papa quiso centrar a todos los cristianos en lo esencial, en la fe verdadera de la Iglesia. Al clausurar el Año, el Papa, en un momento de sublimidad histórica, hizo una solemne profesión de Fe, que se conoce como el “Credo del Pueblo de Dios”. Se trataba de ayudar a los cristianos en aquellos momentos a ser fieles a lo que el Señor quería para su Iglesia.
Pues bien, ahora, en este nueva época, a los cincuenta años en que se iniciase el Concilio, y a los veinte en que se nos diese el regalo del Catecismo de la Iglesia Católica, que tienen como objetivo anclarnos en la verdadera fe; ante los nuevos tiempos de secularismo en que el Occidente cristiano parece perder sus raíces, el Papa nos convoca de nuevo a reflexionar sobre nuestra fe y a vivir una vida en fidelidad a la fe profesada
Sin duda este año será un año para la esperanza. Cuando el mundo se ve sumergido en una catarata de crisis económicas y de valores, nos queda todavía una fuerza escondida que tiene capacidad de revitalizar las conciencias. Se trata de la fe en Jesucristo. Queremos vivir de verdad, no ser cadáveres ambulantes; queremos instaurar un mundo de paz y de justicia. La fe nos ayuda a ello. Nos recordaba el Papa estos días en Loreto: “Es necesario volver a Dios para que el hombre pueda ser hombre”.