Pedro López García
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9 de junio de 2024
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Las palabras y las obras de Jesús desconcertaron muchísimo a quienes le vieron y le oyeron: ¿quién es realmente éste? ¿qué palabras son éstas? ¿qué es esto que hace?
Su familia está desconcertada por lo que ven y por lo que se dice de él, llegando a pensar que está fuera de sí. Los escribas creen que está endemoniado y que todas sus obras no son sino acciones que nacen del maligno.
En realidad, ante la persona del Señor Jesús, sus obras y sus palabras, ante la novedad de su mensaje y su llamada, podemos tener tres actitudes que se reflejan en el relato evangélico de este domingo:
Primera, la de sus familiares: lo que dice y hace Jesús es una locura, contradice la opinión de todos, es dura y molesta; no se puede aceptar algo así.
Segunda, la de los escribas: la raíz de lo que dice y de lo que hace es el mal y la mentira y no se puede aceptar de ningún modo.
La tercera aparece en la respuesta a la pregunta ‘¿quiénes son mi madre y mis hermanos?’: acoger la voluntad de Dios, vivir en la voluntad de Dios. Es acoger y vivir el proyecto de Dios sobre nuestro ser, sobre nuestro origen y nuestro destino. Es la verdad que hace libres.
Vivir en la voluntad de Dios es fuente de equilibrio, libertad, madurez y alegría. La voluntad de Dios es el faro que ilumina en las tormentas interiores y exteriores. Cumplir la voluntad de Dios mantiene a raya el mal y le pone un límite.
La voluntad de Dios no es algo arbitrario ni caprichoso, sino que es la revelación de la belleza de nuestro ser, la revelación de la verdad de lo que somos y de lo que estamos llamados a ser. La voluntad de Dios no se identifica siempre con nuestros deseos, necesidades e intuiciones; por eso éstos han de ser discernidos.
Uno de los descubrimientos más grandes que puede hacer el ser humano es el de reconocer que vivir según la voluntad de Dios es la fuente de la paz.
“Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.
Pedro López García
Delegado Zona Levante