José Joaquín Tárraga Torres

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2 de noviembre de 2025

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“Hay que hacer cosas para atraer a la gente”, dicen, insinuando que hay que montar unos talleres para celebrar con los niños y jóvenes alrededor de la fiesta de Halloween. Dar lo que la gente pide. Y qué verdad es. Porque a veces damos lo que la gente no necesita ni reclama.

Nuestra tarea es dar vida, iluminar la vida. Saber educar y acompañar la vida de las personas. No desde los gustos, sino desde la belleza del crecimiento, llegar a ser lo que estamos llamados a ser. Los grandes santos son aquellos que han sido luz en la oscuridad, los que han sabido encender la llama de una luz en la tiniebla; han vivido de forma extraordinaria lo ordinario.

La muerte, por más que la disfracemos, está ahí. Y, por eso, porque es una realidad, Jesús habla de ella. La afronta cara a cara. No la oculta ni la maquilla. Y nos dice: “No os aflijáis como los que viven sin fe”. La muerte no es el final, no es la meta. Estamos llamados a algo más. La muerte no es la parada del trayecto. El billete continúa más allá.

Hoy es un día para el recuerdo cariñoso, para dar gracias por la gente que ha pasado por nuestras vidas, para rezar y pedir el cielo por aquellos que han marcado nuestros corazones. Su muerte nos dejó un hueco, pero no un hueco vacío. Es un hueco relleno de esperanza: la esperanza de saber que Alguien ha vencido la muerte por nosotros. Alguien nos espera.

Nuestra verdadera patria es el cielo. Somos ciudadanos del cielo. Nuestra vida es peregrinación de esperanza hasta el cielo. Y la muerte, por la que pasaremos todos, es un paso para llegar. Recemos también por los que nadie recuerda o murieron en soledad. A ellos también les espera el Buen Dios.