Juan Iniesta Sáez
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28 de octubre de 2023
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En aquel tiempo, como en este, nos habla este evangelio de grupos religiosos que intentan llevarse el ascua a su sardina. Así comienza el evangelio de este domingo, haciendo referencia a los encontronazos entre saduceos y fariseos. Y en este caso, queriendo meter a Jesús en medio, cuando Él está a otra cosa.
Ellos, fariseos y saduceos, con sus rencillas y enzarzándose en sus disputas por ver quién pueda tener la razón, respecto a su diversa interpretación de la Ley. Es la intención con la que el fariseo que interpela a Jesús quiere unirlo a su causa: que les dé la razón.
Sin embargo, Jesucristo está hablando desde otro nivel de interpretación, porque no prioriza otra cosa que la comunión. Así, delinea con claridad la esencia de la ley, la esencia de la vida, que es el fundamento de nuestra existencia. Vivir en el amor y para amar. No hay más mandamiento que ese: amar. Un verbo que se puede (y debe) conjugar de muchos modos, haciéndolo sinónimo con otros: escuchar, contemplar, acoger, interesarse, servir, entregarse.
Hace un tiempo recibí una lección sencilla pero muy real de un matrimonio amigo, cuando comentaron respecto a la educación de sus hijos y la convivencia cotidiana que «más vale equivocarnos juntos que tener razón uno “contra” el otro». Me atrevo a decir que en esa familia se vive el mandamiento del amor.
Es más necesaria una Iglesia herida porque sale de su comodidad y apoltronamiento para manifestar el amor de Cristo en las periferias existenciales, como tantas veces dice el Papa Francisco, que una que desde sus atalayas se queda con la razón. La Iglesia, el Cristo total, es por ser tal la poseedora de la Verdad. Pero debe saber presentar esa Verdad, que es Cristo, como una verdad amable y amante. Y eso no se improvisa o se imposta. Se ama amando, concretando y realizando (literalmente, haciendo real) el mandato del amor.
Juan Iniesta Sáez
Vicario `La Sierra´