+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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25 de febrero de 2017
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El sentido común y los exegetas nos advierten que, a veces, una lectura superficial del evangelio podría ser catastrófica. Es una observación digna detenerse en cuenta para algunos textos, como sucede con el evangelio de este domingo. ¿No sería un auténtico desastre que, después de leer aquello de “las aves del cielo, que ni siembran ni siegan y el Padre Dios las alimenta”, sacáramos la conclusión de que no habría que preocuparse del mañana, que no sería necesario ganarse el pan de cada día, ni preparar la comida? Jesús no recomienda ni la indolencia, ni la pereza; no invita a esperar que todo nos venga llovido del cielo, como un milagro permanente de la providencia. No, Jesús no fue ingenuo visionario de esos que no pisan tierra. Era muy comprensivo, pero seguro que no estaría demasiado de acuerdo con la llamada generación “ni-ni”, la de quienes, pudiendo hacerlo, ni trabajan ni estudian.
“Nadie pude servir a dos señores. No podéis servir a Dios y al dinero”. En el texto original griego Mateo ha conservado la palabra aramea “Mammon”, que traducimos por dinero, y que el evangelista mantuvo probablemente porque es la expresión originaria de la lengua materna de Jesús, la usada por él. Parece que con esta palabra se expresaba la personalización del dinero o la riqueza, algo así como un ídolo que pretendiera suplantar a Dios mismo.
Jesús no condena el dinero como tal; sabía bien lo que era ganar el pan con el sudor de su frente y de la utilidad del dinero para las transacciones comerciales. Incluso en la parábola de los talentos (el talento suponía una suma importante) reprende al perezoso que ni siquiera se ha preocupado de meter el dinero en el banco para sacarle algún rendimiento. Lo que Jesús condena con palabras durísimas es que el hombre se haga tan esclavo del dinero que lo convierta en el dios de su vida.
La dureza de las palabras de Jesús no resulta anacrónica en nuestros tiempos. La divinización el dinero es el cáncer que ha puesto a la sociedad occidental en trance de destrucción. La reciente crisis económica, que tantas personas han sufrido y siguen sufriendo en su propia carne, ha tenido mucho que ver con la consecución del dinero rápido. Por dinero se mata; por dinero se trafica con drogas a sabiendas de que tienen efectos destructivos. La noticia venía del presidente de la FAO: que no había seis mil millones de dólares para paliar el problema del hambre; pero unos meses después salieron más de seiscientos mil millones par el rescate financiero de los bancos. El dinero no está al servicio del hombre y menos de todos los hombres. Es el gran señor de este mundo, al que se rinde culto, porque con el dinero se consigo todo o, mejor dicho, casi todo, porque las cosas más valiosas no se consiguen con dinero.
“No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, con que os vestiréis”. La preocupación obsesiva es una forma de esclavitud, impide vivir con paz y libertad. Parece estadísticamente comprobado que la proporción de infartos y depresiones es mucho mayor en el mundo occidental que en otros lugares.
El papa San Juan Pablo II, en una de sus encíclicas nos dejaba unos principios de sabiduría evangélica, que son el mejor comentario a este evangelio: “El sentido fundamental del dominio del hombre sobre el mundo visible…consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia. Se trata del desarrollo de las personas y no sólo de la multiplicación de las cosas. Se trata menos de tener más que de ser más” (R.H. 16 a).
“Mirad las aves del cielo… Mirad los lirios del campo.” Es una imagen preciosa: Una invitación a depositar nuestra confianza más alta no en las cosas, sino en Dios. El hombre vale más que el resto de las cosas creadas, a pesar de ser tan bellas. Dios sabe lo que necesitamos.
El hombre, según Jesús no ha de ser un despreocupado, sino alguien que ha puesto su preocupación fundamental en el Reino de Dios y en su justicia. Lo demás viene por añadidura.
Los textos anteriores nos muestran el rostro amoroso de Dios que, en Cristo, testimonian su ilimitado amor por nosotros. Como contrapartida y frente a la continua agresión de la civilización del bienestar con sus stress y sus maníacas angustias, el cristiano es invitado hoy a optar por la genuina escala de valores que genera paz y libertad.
Jesús termina invitando a vivir el hoy y a no preocuparnos más de lo necesario del mañana. Escribía un padre jesuita lo que sufrió a cuenta de aquel traslado a otro lugar designado por sus superiores. Estuvo a punto de dejar la Compañía. Luego resultó ser el lugar donde más feliz había sido hasta entonces: Un sufrimiento inútil que, además, estuvo a punto de acabar con su vocación.