+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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1 de marzo de 2014

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]o mismo que una religión sin teología puede convertirse en un peligro público, los exegetas nos advierten que, a veces, una lectura superficial y fundamentalista del evangelio podría ser catastrófica. Es una observación digna de tenerse en cuenta. ¿No sería un auténtico desastre que, después de leer aquello de “las aves del cielo, que ni siembran ni siegan y el Padre Dios las alimenta”, sacáramos la conclusión de que hay que apuntarse a lo de la sopa boba?¿No habría que preocuparse del mañana, ni de ganar el pan de cada día?

Es verdad que en el evangelio de hoy encontramos una verdadera letanía de cosas ante las que Jesús nos pide no andar agobiados: la vida, el cuerpo, el alimento, el vestido… Es una saludable recomendación para nuestra sociedad tan idólatra del cuerpo que ha convertido la ética en dietética. A veces hasta poner en peligro la misma salud. ¿No nos suenan palabras como anorexia o bulimia…? La preocupación obsesiva es una forma de esclavitud, impide vivir con paz y libertad. Parece estadísticamente comprobado que la proporción de infartos y depresiones es mucho mayor en el mundo occidental que en otros lugares.

Jesús lo que denuncia es esa idolatría de lo material, a la que se puede acabar sacrificando hasta lo más sagrado. Pero nunca recomendó la indolencia ni la pereza; no invitó a esperar que todo nos viniera llovido del cielo, como un milagro permanente de la providencia. No, Jesús no fue un ingenuo visionario de esos que no pisan la tierra. Era muy comprensivo, pero seguro que no estaría demasiado de acuerdo con la llamada generación “ni-ni”, la de quienes “ni” trabajan “ni” estudian.

“Nadie pude servir a dos señores. No podéis servir a Dios y al dinero”. En el texto original griego Mateo ha conservado la palabra aramea “Mammon”, que traducimos por dinero, y que el evangelista mantuvo probablemente porque es palabra originaria de la lengua materna usada por Jesús. Parece que con esta palabra se expresaba la personalización del dinero o la riqueza, algo así como un ídolo que pretendiera suplantar a Dios mismo.

Pero Jesús tampoco condena el dinero como tal; sabía bien lo que era ganar el pan con el sudor de su frente y de la utilidad del dinero para las transacciones comerciales. Incluso en la parábola de los talentos (el talento suponía una suma importante) reprende al perezoso que ni siquiera se ha preocupado de meter el dinero en el banco para sacarle algún rendimiento. Lo que Jesús condena con palabras durísimas es que el hombre se haga tan esclavo del dinero que lo convierta en el dios de su vida.

La dureza de las palabras de Jesús no resulta anacrónica en nuestros tiempos. La divinización del dinero es el cáncer que ha puesto a la sociedad occidental en trance de destrucción. La crisis económica, que tantas personas están sufriendo en su propia carne, ha tenido mucho que ver con la consecución del dinero rápido y con la corrupción, tan de moda. Por dinero se mata; por dinero se trafica con drogas a sabiendas de que tienen efectos destructivos; por dinero se vende la conciencia. Con el dinero se consigue todo o, mejor dicho, casi todo, porque las cosas más valiosas no se obtienen con dinero. Otra hubiera sido la situación si el mundo se hubiera edificado en claves de bien común; si la lógica del interés hubiera dejado paso a la lógica de la solidaridad y de la comunión.  

El papa Juan Pablo II, en su primera encíclica nos dejaba unos principios de sabiduría evangélica, que son el mejor comentario a este evangelio: “El sentido fundamental del dominio del hombre sobre el mundo visible… consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia. Se trata del desarrollo de las personas y no sólo de la multiplicación de las cosas. Se trata menos de tener más que de ser más” (R.H. 16 a).

Ahora sí podemos entender aquello de “Mirad las aves del cielo… Mirad los lirios del campo”. Es una imagen preciosa. Una invitación a depositar nuestra confianza más alta no en las cosas, sino en Dios. El hombre vale más que el resto de las cosas creadas, a pesar de ser tan bellas. Dios sabe lo que necesitamos.

Cuando el hombre pone su preocupación fundamental en el Reino de Dios y en su justicia, lo demás suele venir por añadidura.Jesús termina invitando a vivir el hoy y a no preocuparnos del mañana más de lo necesario. Contaba un padre jesuita lo que sufrió a cuenta de aquel traslado al que fue destinado por sus superiores. Estuvo a punto de dejar la Compañía. Luego resultó ser el lugar donde fue más feliz y donde experimentó las mayores alegrías de su vida.