+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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2 de abril de 2021

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¡Feliz Pascua de Resurrección, hermanos! “En la madrugada el sábado, al alborear el primer día de la semana”, ¡el Señor resucitó! La Luz, Cristo, ha roto las tinieblas. Cristo ha resucitado, ha vencido a la muerte, ha sometido al Príncipe de este mundo. Este es, sin duda, el acontecimiento más importante de cuantos han ocurrido. Por eso, este día es el más glorioso para los cristianos. Hoy cantamos y expresamos el núcleo central y esencial de nuestra fe católica: Cristo ha resucitado. Jesucristo ha bajado a la oscuridad de la muerte, pero, al despertar de ella, nos ha traído a todos, la vida eterna. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Hoy se inaugura un tiempo de gracia y de salvación para nosotros. Es ahora, cuando llenos de luz y de vida, limpios y rebosantes de Dios, sentimos que tenemos futuro. Que nuestra muerte ha sido derrotada totalmente por la pasión, muerte y resurrección de Jesús. 

La Pascua del Señor nos comunica algo que, en la vida ordinaria, se va olvidando: la importancia de la fe. Hoy, en esta Pascua, se renuevan los cimientos de nuestra condición cristiana. No podemos vivir sin la presencia del resucitado. No podemos vivir, aun estando bautizados, como si Dios no fuera el referente más importante de nuestra vida. La Pascua de Cristo nos invita a renovar, recuperar, consolidar y reafirmar las verdades más fundamentales de nuestra piedad cristiana. ¡El Señor Jesús ha resucitado, no debemos tener ya ningún miedo, pues, como dice el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?”.

Al comenzar la celebración, envueltos en tinieblas, pero dirigidos por la luz del Cirio Pascual hemos cantado estas palabras: Luz de Cristo. Demos gracias a Dios. En medio de la oscuridad proclamamos con fe que Cristo es nuestra luz. Vivir en tinieblas, sin esperanza de ver pronto la luz, es duro y difícil de soportar. La luz de Cristo debe ayudarnos a seguir vivos y esperanzados, en los momentos de sequedad, de noche oscura del alma, o de desierto interior. La vida en sí misma es una mezcla de sombra y luz, pero nuestra fe y nuestra esperanza nos aseguran que después de la noche siempre viene el día. Espiritualmente, somos hijos de la luz de Cristo. Demos gracias a Dios por esto y, en medio de las mayores tinieblas, nunca perdamos la fe en la luz de Cristo. 

El fuego para encender con él la mecha del Cirio Pascual representa la llegada de una fuerza nueva y luminosa, la luz de Jesucristo que todo lo ilumina. Ciertamente, el caminar de los fieles a oscuras, solo iluminados por la luz del Cirio y de las velas individuales de cada uno de los fieles. La liturgia de esta Noche Santa, a partir de la nueva luz, del fuego nuevo y del agua nueva, nos introduce en un relato de la historia universal a través de un número importante de lecturas bíblicas.

El mensaje gozoso que nos reúne es la suprema felicidad de saber que Jesús de Nazaret ha resucitado. Su victoria sobre la muerte es una promesa de esperanza total para todos nosotros, hombres y mujeres de este tiempo, o de cualquier otro; porque un día seremos como él y la muerte ya no tendrá fuerza contra nosotros. Por eso nuestra alegría debe ser desbordante. A la muerte física, inevitable, le seguirá una vida eterna de indudable hondura y realidad. Porque la resurrección con nuestros cuerpos glorificados nos da un sitio, un lugar en el mundo futuro. La ciudad del futuro no es un pensamiento espiritual. Se trata de algo que existe. Y nosotros -si Dios lo quiere- estaremos en ella.

Cristo ha resucitado para que nosotros tengamos vida eterna. Con su salida del sepulcro se iniciaba la nueva era de glorificación del género humano. Por eso, junto a la alegría por la desaparición de las tinieblas que trajeron la dolorosa tarde del Viernes Santo, debe brotar una profunda acción de gracias personal y comunitaria por la nueva vida que se nos dará.

Ahora hermanos, hay que compartir esta Buena Noticia. Y, en la medida en que lo hagamos, descubriremos a ese Jesús vivo y resucitado a nuestro lado, acompañando nuestras vidas. Dice Jesús a sus discípulos: “No tengáis miedo, he resucitado: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. María Magdalena, Pedro y Juan, comunican y comparten rápidamente esta gran noticia a todos los discípulos. Y se pone en marcha la Iglesia, la gran comunidad de testigos de Jesús resucitado. Esta es nuestra Iglesia. Esos somos nosotros, testigos gozosos de la resurrección, enviados al mundo entero, a nuestra “Galilea” particular (en la vida de cada día, en el trabajo, en el descanso, en la familia, en el ocio, allí tenemos que ver a Dios y anunciarlo todos los días). Es preciso anunciar y decir a todos que nuestro Dios es un Dios de vivos, que está vivo y acompaña nuestra vida, que la muerte “ya no pinta nada, ha sido derrotada”, y que hay que vivir y ver a Dios en la vida. ¡Feliz Pascua de Resurrección!