+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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17 de marzo de 2021
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]M[/fusion_dropcap]uy queridos jóvenes que estáis participando este Vigilia juvenil vocacional en la víspera de la Fiesta de San José. Un saludo agradecido y cordial. Gracias por vuestra asistencia y oración. La persona de San José es impresionante y modélica. Modelo a imitar y poderoso intercesor. Una persona discreta, trabajadora, fiel a Dios y a su familia, amante de su esposa María y padre solícito en la tierra del hijo de María: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre.
El Evangelio nos dice que José: «cuando se despertó del sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer» (Mc, 1,34). José se convierte así en custodio de la familia, dedicándose con gozoso empeño a mantener a la familia con su trabajo, a la educación de su hijo, Jesús, y a querer y cuidar a su esposa María. El cuidado paternal que ejerce san José se caracteriza por la discreción, por la humildad, por el silencio, con una presencia constante y fiel, aun sin comprender qué era lo que sucedía, fiándose completamente de la palabra de Dios, anunciada por un ángel en sueños.
San José es ejemplo de apertura a Dios, de atención constante a los signos y circunstancias que se van presentando, disponible totalmente al proyecto de Dios, dejando a un lado sus intereses y preocupaciones para dedicarse con amor generoso a su familia de Nazaret. Dios mismo es el centro de su hogar, quien guía y marca el camino, el que se hace presente en sus vidas de un modo particular con Jesucristo. Dios quiere para José, María y Jesús, un hogar en el que el centro del mismo sea su Palabra, que ilumina el proyecto familiar. En la persona de san José encontramos una respuesta generosa a la llamada del mismo Dios. No hubo rechazo, ni oposición, ni dilación, solo una inquietud momentánea hasta el momento en que percibió que era cosa de Dios.
Hoy, al celebrar esta Vigilia en honor de san José, nuestra Iglesia de Albacete tiene especialmente presente al Seminario Diocesano donde se forman los seminaristas, jóvenes que se sienten llamados a ser sacerdotes de Jesucristo. En él se preparan aquellos que han descubierto una llamada especial al ministerio sacerdotal, con una vida entregada a alentar el caminar de una comunidad parroquial, a la predicación del Evangelio, al ejercicio de la caridad, y a la presidencia de los sacramentos en nombre de Jesucristo.
El Seminario es misión de toda la comunidad cristiana. Por ello, hemos de ser conscientes de que la llamada que Dios hace a niños y jóvenes necesita también de un ambiente propicio para ser escuchada. De ahí que todos seamos responsables de la tarea vocacional en nuestras parroquias y familias. El testimonio y buen hacer de los sacerdotes es fundamental para que se afiance una vocación.
El sacerdote es llamado por Dios en Jesucristo, consagrado por Él con la unción del Espíritu y enviado para realizar su misión en la Iglesia. Llamado en Cristo, en Él tiene el sacerdote su punto de referencia y el centro de su vida como cristiano; en Él encuentra el trato asiduo del que escucha su voz mediante la celebración de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, la oración y el diálogo personal. El que ha sentido la especial vocación al sacerdocio vive, desde el Espíritu y en el Espíritu, con una entrega total a la llama de amor viva que crece en su corazón.
El sacerdote es enviado a realizar su misión pastoral en la Iglesia, identificado con Jesucristo y sirviendo desde la humildad y la caridad pastoral a la Iglesia. Los sacerdotes sirven al Pueblo de Dios y lo guían especialmente desde la caridad. Enviados a una comunidad particular o parroquia tratan de hacerla crecer en la unidad y llevarla por Cristo al Padre. Servicio que se vive ejerciendo la caridad sacerdotal, al modo de Cristo, Buen Pastor, que no quiere que se pierda ni una sola de sus ovejas. Nuestra Iglesia de Albacete necesita sacerdotes: hombres, niños o jóvenes que escuchen la voz de Dios y respondan generosamente a su llamada mediante este servicio especial que es, ciertamente, un regalo o don de Dios personal. Nuestras familias, parroquias y catequesis deben ser promotoras de vocación, animando, orientando y suscitando una respuesta positiva a esta llamada.
La familia es el primer lugar donde el niño o el joven empieza a recibir su formación humana y cristiana. Abierta a la vida, la familia se convierte en un núcleo esencial para que Dios pueda hacer llegar su voz a los niños y a los jóvenes. Las familias cristianas se sienten agradecidas y gozosas al descubrir en la vocación de algunos de sus hijos su deseo de ser sacerdotes e instrumentos dóciles en manos de Dios, colaborando estrechamente con El, para bien de su Iglesia.
Pidámosle a san José, patrón de los Seminarios y de los seminaristas que interceda ante su Hijo, de quien cuidó en la tierra, para que siga enviando santos seminaristas y sacerdotes a nuestra Iglesia diocesana de Albacete.