Pablo Bermejo

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21 de abril de 2007

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Hace dos años quedé en la playa con un amigo de Albacete que veraneaba cerca de mi urbanización. Me dijo que un conocido suyo estaba también en la playa y que estaba solo, así que se vendría con nosotros. Cuando aparecieron llegaron cuatro coches pues al final se había juntado mucha gente, y en verdad ahora era yo el invitado. Hicimos botellón en las rocas cerca de la discoteca a la que entraríamos más tarde. El conocido de mi amigo era una persona bastante entrañable; nos reíamos mucho con él porque decía muchas tonterías y actuaba como si estuviera mal de la cabeza. Un poco más avanzada la noche entramos en la discoteca y se fue al baño para tomar por tercera vez una raya de cocaína. Siempre he sido bastante tolerante y no le di ninguna importancia, nos seguíamos riendo con él cada vez más pues no paraba de hablar y tontear con todas las chicas. Le llamábamos el personaje.

Ya estábamos muy cansados y aún estaban lejos de despuntar las primeras luces del amanecer cuando nos fuimos. Tanto mi amigo como el suyo se tuvieron que venir a mi piso a dormir, pues uno no había cogido las llaves y el otro no estaba para conducir. Ya sentados en el sofá de mi apartamento mi amigo y yo dimos buena cuenta de todo lo que había en la cocina: patatas, tomate, embutido, salchichas,… No hay hora en la que más rico está todo que recién llegado de fiesta; mientras tanto, el personaje se lió un porro de chocolate y se lo tomó. Era una situación tan extraña verle fumar un porro a esas horas después de todo lo que había tomado que en vez de preocuparnos nos seguíamos riendo con él. Al día siguiente comentamos las situaciones de la noche y nos despedimos hasta la próxima.

Dos años después, un día de feria el personaje vino a Albacete invitado por mi amigo. Hicimos botellón en la plaza de toros y yo esperaba ansioso encontrarme con el chaval con el que tan bien nos lo pasamos. Mi amigo vino con cara muy seria junto al personaje, y pronto entendí por qué. Sus bromas de la otra noche no tenían nada que ver con estas, ahora parecía de verdad que algo no estaba bien engrasado dentro de su cabeza. De hecho pronunciaba mal, y aún no había tomado nada. Simplemente ese era el efecto permanente que sus deslices nocturnos le habían provocado. Seguía siendo buena persona, pero no estaba bien. No pasamos una noche tan buena como aquella en la playa, hubo risas forzadas y nos fuimos aún más pronto a dormir. Hace ya unos meses que no sé nada de él, pero sí sé que no me volveré a reír cuando vuelva a encontrarme con futuros candidatos a personaje.