+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
|
15 de febrero de 2014
|
81
Visitas: 81
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]s verdad que Jesús dijo en alguna ocasión que toda la enseñanza de la Ley y los Profetas se resumía en el amor. Pero Jesús no se presenta ni como el reformador impaciente que quisiera empezar de cero, como si el pasado no existiera, ni tampoco como el conservador que no quiere que cambie nada porque considera que el pasado es perfecto. Jesús es radical en el sentido de que va a la raíz.
Mateo escribe para cristianos procedentes del judaísmo. No era fácil decir qué había que conservar de la ley de Moisés y qué había que cambiar. Ahí estaban cuestiones tan importantes como la circuncisión o el sábado. Sabemos con qué facilidad se exacerban los conflictos, en los periodos de cambios históricos, entre los partidarios de la tradición y los del progreso.
Jesús no viene a abolir el pasado, sino a aportarle aquella novedad que puede llevarlo hasta su plenitud. El nuevo testamento es, por usar terminología paulina, como un injerto nuevo en el tronco del viejo olivo, de cuya savia se alimenta y al que hace dar frutos nuevos. Jesús mismo había sido anunciado como el que venía a cumplir lo anunciado en la ley y en los profetas, hasta el punto de que todos los grandes personajes, toda la historia bíblica encuentran su acabamiento en Jesús.
Lo malo es que el respeto del pueblo judío por la ley adquirió serios desenfoques. “Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos no entraréis en el Reino”. Ese es el principio general que enmarca lo siguiente.
La justicia en sentido bíblico abarca más que lo que nosotros entendemos hoy con este concepto. Es tanto como responder a lo que Dios quiere de nosotros, hacer su voluntad. No es la justicia de los escribas, que eran los teólogos de la época, los intérpretes de las Sagradas Escrituras. Tampoco la de los fariseos, que venían a ser algo así como unos laicos comprometidos, asociados en un movimiento de gente fervorosa que intentaban vivir su fe de la manera más pura posible. Unos y otros tenían como referencia exclusiva lo que mandaba la Ley. Por eso, depreciaban a la gente pobre y poco instruida, que no entendía de leyes. ¿Cómo se podía pretender agradar a Dios con un cumplimiento legalista, meramente formal, externo y frío?
Jesús va a recurrir a diversos aspectos que tiene que ver con dimensiones esenciales de la vida. Hoy nos fijamos en tres, que se refieren a las relaciones y conflictos interhumanos, a las relaciones afectivas entre el hombre y la mujer y a lo que podíamos llamara relaciones de entendimiento entre las personas.
“Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás… Pues yo os digo…”. Jesús apunta más allá. Invita a sanar aquellos fondos recónditos donde se incuba el odio, el desprecio o el instinto de dominación: esas realidades que pudren el corazón del hombre… Las bombas y los atentados terroristas, antes de ser tales, se han gestado en el corazón enfermo del hombre.
“Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio… Pero yo os digo…”. Es otro punto en que Jesús nos invita sobrepasar la Ley. (La redacción, de tinte masculino, obedece a la cultura de la época. Hoy habría que leerla hoy en total reciprocidad hombre-mujer mujer–hombre). Las palabras de Jesús ponen el dedo en nuestras concepciones de la sexualidad, en nuestra forma de entender las relaciones de pareja o nuestro celibato. Nos descubren heridas abiertas en el alma, ideales traicionados, sueños no realizados. Sabemos de antemano que en nuestro mundo, tan deshumanizado, el horizonte al que apunta Jesús es chocante, a contracorriente de los modos y maneras de relacionarse hoy en boga. Y, sin embargo, cualquiera que las escuche de manera limpia descubrirá que marcan el camino verdadero para unas relaciones auténticas, no falsificadas. Un camino ciertamente exigente, casi heroico, pero que puede ser vivido con verdadero amor y con la ayuda de la gracia de Dios.
“Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos… Pero yo os digo…”. Como en los puntos anteriores, tampoco aquí está Jesús fuera de comba. Se podría incluso afirmar que es profundamente moderno: ¿No es verdad que las relaciones humanas están con frecuencia viciadas desde dentro por la ambigüedad, los intereses, la astucia o la mentira? Jesús no hace otra cosa que invitar a la verdad. Es la mejor garantía de todo juramento.
Jesús no crea una moral nueva, no viene para abolir nada. Sólo busca llevar a la perfección aquello que era y será el ideal de todo verdadero humanismo. Ya ven que el “pero yo os digo”, no se contenta con cualquier tipo de justicia, que, tal y como andan las cosas, a lo mejor no era poco. Pero Jesús, porque cree en el hombre y en sus posibilidades, a veces inéditas, apunta más alto y más hondo. El “pero yo os digo” nos deja entrever, además, algo muy importante: que aquí hay alguien que está por encima de Moisés y de la Ley.