+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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9 de mayo de 2009

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]N[/fusion_dropcap]o hay región que se precie que no intente lograr para sus productos la “denominación de origen”. Lo saben bien los productores de vino de la Mancha. Pero trasladarlo al campo de la fe resulta peligroso. Ni existen cristianos “pura raza”, ni réprobos que no puedan ser santos. De hecho, nos encontramos con santos que tuvieron un pasado bien turbio y, sin embargo, figuran en el santoral como estrellas de primera magnitud. Un buen ejemplo es San Pablo, de cuyo nacimiento estamos celebrando el año jubilar. Lo que realmente cuenta es la unión con Cristo. Quien entronca el cordón umbilical de su fe con él da fruto abundante. Lo escuchamos expresado con una hermosa alegoría en el evangelio de este domingo. “Yo soy la vid, vosotros, los sarmientos. Como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, así vosotros, si no estáis unidos a mí”.

Esa es la clave. No la sangre, ni los saberes, ni los méritos previos, sino la unión con ese tronco nutricio. Pero la unión con Cristo puede tener grados diversos.

Una forma de vinculación puede darse por vía intelectual: que nos encante su doctrina. Muchos se han acercado a Jesús por la belleza del evangelio, por la coherencia interna de un mensaje, que tiene como centro el amor. Pero parece que Jesús no se refería aquí a esa adhesión meramente intelectual. Se pueden escribir páginas hermosas sobre el amor sin estar enamorado.

Está también la aproximación por vía de voluntad. Hay personas que se hacen querer aunque sólo sea por los sufrimientos que arrastran o por la dureza con que los ha tratado la vida. Hoy esta de moda la solidaridad, que se traduce en gestos admirables de filantropía.

Pero el “permanecer en mí” de Jesús va todavía más allá; se refiere a una unión más profunda que, incluyendo las formas anteriores, las supera. Es una unión interior, vital, que pone en marcha el funcionamiento de los vasos comunicantes por donde circula, desde la vid, que es Jesús, hasta los sarmientos, que somos nosotros, la realidad transformadora de su Espíritu, esa Gracia, que nos capacita para dar frutos de vida cristiana.

Durante siglos vivieron enzarzados católicos y protestantes por la distinta manera de entender la justificación. ¿Qué era necesario para salvarse?: ¿la sola fe en Cristo, como se afirmaba por la parte protestante, o las obras, como se subrayaba por la parte católica? Andando el tiempo, se han aproximado las posiciones. Seguramente la clave está en las afirmaciones de Jesús ante citadas. Si mediante la fe estamos conectados con Jesús tendremos vida y podremos dar vida: “Como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, así vosotros, si no estáis unidos a mí”.

San Pablo experimentó de una manera tan real y conmovedora este misterio de nuestra inserción en Cristo que tuvo que recurrir a expresiones tan fuertes como “revestirse de Cristo”, “vivir en Cristo”, “ser injertados en Cristo” o “ser cuerpo de Cristo”, un cuerpo del que Cristo es la cabeza y nosotros los miembros. Y apurando las cosas, rizando el rizo, añade: “Vivo yo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí”. Las obras de Pablo, antes de su conversión eran obras de muerte, de legalismo puro y duro, tras su encuentro e inserción en Cristo, eran obras de vida.

El “sin mí no podéis hacer nada”, que leemos también en este texto evangélico, sonará a pretensión escandalosa para quien no hay descubierto en Jesús al Hijo de Dios, la fuente de la vida, el manantial del amor; un manantial capaz de brotar incluso más allá de los linderos de la Iglesia, en el corazón de cualquier hombre de buena voluntad.

Siguiendo la alegoría habla Jesús de la necesidad de la poda, para dar más fruto. Lo viticultores saben de la importancia de esta operación para el bien de la viña, aunque no haya poda sin heridas.

Frecuentemente nos preguntamos por qué después de tantos años de seguimiento damos tan escasos frutos, cuando no uvas agraces. ¿No será que hay demasiada hojarasca en nuestra vida? Con los años uno va aprendiendo a desconfiar de las etiquetas. Lo importante es la autenticidad.