+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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8 de marzo de 2008

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La liturgia nos ha ido presentando a Jesús, a lo largo de la cuaresma, como el Agua Viva, como la Luz del mundo. Hoy, con una nueva catequesis en acción, se nos ofrece como la Resurrección y la Vida

En Betania, en la casa de Lázaro, de Marta y de María, encontraba acogida y hospitalidad Jesús siempre que subía a Jerusalén. Cada encuentro suponía una renovada alegría.

El evangelio de la resurrección de Lázaro es, a la vez que un canto a la amistad, un poema de esperanza. En la muerte y vuelta a la vida de Lázaro, se nos desvela que la muerte de Jesús vence toda muerte, que su resurrección es prenda de la resurrección del hombre. Por eso, en la muerte de nuestros feligreses, elegimos con frecuencia este fragmento, para alentar nuestra fe y templar nuestra esperanza.

Pero hoy quiero fijarme en algunas frases de la narración, quizá porque responden a las preocupaciones que uno lleva en el corazón, o quizá como una oración de urgencia: para que aquello que Jesús hizo con Lázaro en otro plano, lo repita con este otro Lázaro doliente, que es la humanidad:

«Señor, el que amas está enfermo». Creyentes y no creyentes andamos aquejados de tantas enfermedades. En nuestra sociedad hay muchas cosas nobles y hermosas, pero también es cierto que el mal se insinúa desde todas partes, nos asedia desde dentro de nosotros mismos y desde fuera.

«Señor, el que amas anda aquejado de egoísmo, de materialismo, de esclavitud, de superficialidad, de soledad…”. Decimos que son cosas de los tiempos, del progreso, que son expresiones de libertad. Así nos justificamos, medicinándonos con autoengaños que nos incapacitan para encontrar la luz y la curación auténtica.

El evangelio de este domingo multiplica los detalles para subrayar la presencia y la seriedad de la muerte: La losa, los cuatro días transcurridos, el duelo, el mal olor. Todo habla de la imposibilidad de recuperar la esperanza o, quizá, todo quiere indicar que la esperanza cristiana nace precisamente cuando parece que han fracasado todas las razones para el optimismo.

«Marta dijo a Jesús: – «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano».

Nos hemos empeñado en vivir sin Dios, de espaldas a Cristo y se cumple aquello que denuncia del Apocalipsis a la Iglesia de Sardes: «Tienes nombre como de quien vive, pero en realidad estás muerto». Pedimos el bautismo, la primera comunión, boda por la Iglesia, pero que el Señor de la Vida esté en nuestra vida, que el evangelio marque los criterios de nuestra actuación…es harina de otro costal. En ese contexto resuena la Palabra más necesaria, la que puede hacerlo todo nuevo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí aunque haya muerto vivirá. Y el que está vivo y cree en Mí no morirá para siempre”

De Marta es también la hermosa confesión de fe: «Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.». El es el que necesita tu vida para renacer, para revitalizarse, para resucitar.

Lázaro nos representa a todos: A los que Jesús ama, por los que se pone en camino, por los que se conmueve y ora. Su Palabra nos invita a salir de la tumba y nos ofrece ya, ahora, una vida con sentido. Y nos ofrece, más allá de la muerte, la vida resucitada.