Manuel de Diego Martín
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23 de febrero de 2008
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Hace poco más de un mes me hice eco en esta misma columna, de la tristeza que me producía el hecho de que grupos intransigentes e intolerantes no dejasen hablar al Papa en una universidad de Roma. Decía que era un insulto a la inteligencia humana el hecho de que negasen la palabra a uno de los hombres más sabios e inteligentes que hay en el ancho mundo, que se llama Joseph Ratzinger. También era un ofensa a millones de católicos que vemos en Benedicto a nuestro mejor representante.
Esta semana hemos visto cómo desmadres semejantes se están repitiendo a lo ancho de nuestra geografía española. Santiago de Compostela, Barcelona, Madrid han sido el escenario para que grupos vandálicos, dentro de la Universidad, gritasen, insultasen amenazasen a unas mujeres que no llevaban a ese recinto mas que su palabra, es decir el debate de ideas, la búsqueda de lo mejor para la sociedad. Esta ha sido, es y será siempre el objetivo de la universidad, llegar a ser casa de la razón que se hace palabra, para que en el diálogo de unos y otros encontremos la verdad del ser humano.
Las víctimas de estos desmanes han sido precisamente tres mujeres. María San Gil, Delors y Rosa Diez. Por favor, ¿no estamos por dignificar a la mujer? ¿Por qué ahora estos grandullones, mal educados, quieren aprovecharse de su debilidad femenina? ¿No hemos dicho que cuantas más mujeres haya en los foros, en las instituciones de gobierno, nuestra sociedad conseguirá más armonía, más equilibrio? ¿Por qué ensañarse con estas buenas mujeres que tanto bien desde su condición femenina pueden aportar?
Que estos gritos, abucheos, rebuznos se den en los estadios, está muy mal. Que estas cosas las tengamos que sufrir en los escaños del Congreso, nos parece aún mucho peor. Pero que esto suceda en la universidad, es que no tiene nombre porque es la negación más absoluta de lo que la Universidad debe ser. Desde la Edad Media se vio la Universidad como el lugar abierto a las ciencias y a las letras. A los debates sobre el derecho y las leyes. La universidad pretendió ser siempre la casa donde mejor se encuentra la verdad sobre el hombre.
Estos bárbaros nos hacen volver a las cavernas. En esas oscuridades no había debates de ideas, allá los primates arreglaban las cosas a bastonazos. Es decir, allá regía la ley de la selva y llevaba razón el que más alto aullaba o golpeaba con más contundencia.
Así pues es gravísimo que estos salvajes de hoy quieran imponer en la universidad la ley de la selva. Estos tienen que saber que en los umbrales del tercer milenio no se puede ir por la vida de esta forma. Por eso alguien tiene que pararlos. No tiene ninguna justificación si hay dirigentes o responsables de estas instituciones, que por intereses inconfesados o inconfesables, ante semejantes hechos hagan la vida gorda y miren a otro lado diciendo que no tiene demasiada importancia. ¡Claro que la tiene!, ¿puede haber mayor subversión de valores, si la universidad, la casa de la razón y la verdad, la convertimos en la selva, donde quien manda es aquel que de zarpazos más grandes o aullidos más terroríficos?