Pedro López García

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28 de abril de 2024

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El tiempo pascual nos re­cuerda, día tras día, do­mingo tras domingo, que Cristo ha resucitado y está vivo inmortal y glorioso. Su victoria, su resurrección es la gran noticia que anuncia la Iglesia en todos los tiempos y en todos los lugares. ¡Nuestra alegría está en que Cristo ha resucitado!

La fe cristiana nace del en­cuentro con el Señor resucitado que se nos ha hecho presente de modo eficaz y débil, iluminador y desconcertante, por medio de los signos que Él produjo para seguir actuando entre nosotros (la Igle­sia, la Palabra, los Sacramentos -sobre todo la Eucaristía-, etc.).

Desde esta estupenda realidad resuena de un modo especial el evangelio de este quinto domingo de pascua: “Yo soy la vid, voso­tros los sarmientos; el que per­manece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada”.

La imagen de la vid y los sar­mientos revela hasta que punto la vida cristiana es un misterio de comunión con Jesús: permanecer en Él; y muestra la necesidad de una unión profunda y vital con Él.

Esta unión vital con el Señor se realiza y se alimenta con la ora­ción prolongada (personal y li­túrgica), con la escucha asidua de la Palabra de Dios, con la celebra­ción reiterada de los sacramentos, sobre todo la Eucaristía misterio de comunión.

Y desde ahí se reciben como don los frutos de la fe, de la hu­mildad y de la caridad. Frutos que revelan nuestra unión con Cristo pero que testifican a la vez que todo es regalo de su gracia.

Si Cristo es la vid y nosotros los sarmientos no podemos olvidar que el centro de la Iglesia es Dios, es Cristo, no lo somos nosotros. La Iglesia se renueva por el en­cuentro con el Señor resucitado, por la participación en su Pascua, por la escucha dócil de su Palabra.

También Jesús habla de la poda del sarmiento para que dé más fruto. La poda es un truncar, un romper que ocasiona dolor… y así es el podar de Dios sobre sus hijos para purificarlos de la arrogancia, del pecado, de los atajos, de las máscaras… con el fin de que la sa­via de la salvación inunde nuestro ser y toda la humanidad.

 

Pedro López  García

Párroco de La Asunción. Almansa.