José Arenas Sabán

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3 de octubre de 2020

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Las lecturas de hoy, vuelven a insistir claramente en lo mismo, el profeta Isaías y el evangelio, utilizando la comparación de la viña, nos recuerdan que la misma se le quitará a los primeros propietarios, y le será entregada a los que de verdad quieran trabajar en ella, a los que de verdad quieran cultivarla. El Señor nos pide que ya que lo hemos escogido, y nos hemos decidido a seguirle, seamos lo suficientemente diligentes como para producir fruto, el Señor nos pone en su viña y quiere que la cultivemos y la trabajemos. Y los frutos tienen que ser nuestras buenas obras, nuestros deseos de ser mejores, nuestras ganas de superación, nuestros intentos de hacer realidad lo que su evangelio nos pide. Esos son los frutos que el Señor quiere.

Qué bien nos viene esta reflexión ahora que acabamos de comenzar un nuevo curso pastoral, comenzar lo que nosotros comenzamos no es empezar de cero, ya tenemos nuestra experiencia, sabemos muy bien donde estamos cada uno, pero siempre es bueno como volver a empezar, porque parece que dejas atrás lo malo y te decides a mejorar; nuestra ilusión se renueva, nuestra ganas se revitalizan y ponemos todo de nuestra parte para vencer la rutina, la desgana y el hacer lo de siempre, que son unos defectos que hacen que lo hacemos parece que no tenga valor porque carece de la vitalidad necesaria para ser algo importante en nuestra vida. Son estos unos defectos, la rutina, el hacer por hacer, decir ya lo harán otros, bastante comunes en la vivencia religiosa.

Nos ofrecemos al Señor y lo hacemos porque sabemos que nosotros sólo somos testigos del Señor, queremos trasmitir no nuestro mensaje sino el suyo, queremos descubrir cuál es el trabajo que el Señor nos invita a realizar en su viña. La parroquia es el sitio donde hacemos realidad la dimensión comunitaria de nuestra fe; esa fe personal que cada uno tiene, debe ser llevada a la práctica a través de la comunidad parroquial a la que pertenece. Todo bautizado, todo cristiano, por el mero hecho de serlo está llamado de una u otra manera a construir el Reino de Dios en el mundo en el que vive. Cada uno tenemos nuestra misión. Cada uno en su sitio, en su casa, en su lugar de trabajo, en la universidad, en la escuela, cada uno donde vive, en su familia, en su bloque, en el barrio…

Seguiremos buscando juntos las realidades o retos que los nuevos tiempos ponen delante de la Iglesia, para que reflexionando en común seamos capaces de afrontarlos, renovar lo que haya que renovar para fortalecer nuestra fe, seamos capaces de transmitirla a los hombres y mujeres de hoy y hacerla realidad en este tiempo que nos ha tocado vivir, tiempo con cosas que hay que mejorar, pero también con cosas buenas que hay que valorar. 

Y es una bonita, litúrgica y evangélica casualidad que este domingo día 4 de octubre, y el mensaje de las lecturas de la eucaristía coincida con la fiesta de San Francisco de Asís. Fundador y Padre de toda la familia franciscana: LA ORDEN DE FRAILES MENORESSan Franciscofue y sigue siendo válido y actual para la renovación de la Iglesia que bien mereces una reflexión y consideración. Cierto es que él no era teólogo, ni era un clérigo. Olvidamos que era un laico. Solo al final de su vida se dejó ordenar diácono para poder seguir predicando (ya que había un decreto papal que prohibía a los laicos predicar, como hacían antes). Pero con la condición de que a este oficio no le correspondería ningún beneficio. Las virtudes principales que vivía con gran jovialidad era la extrema sencillez, acogiendo a todos tal como eran; después, una gran humildad considerándose a sí mismo como menor y servidor, hermano o fraterllo de todos; y principalmente vivía una radical pobreza como poverello.

Pero para San FRANCISCO, la pobreza no consistía en no tener sino en la capacidad de dar, y volver a dar, hasta despojarse de todo. Tenía conciencia de que entre las personas se interponen los bienes y los intereses. Desprenderse de tales cosas permitía el encuentro directo e inmediato, ojo a ojo, cuerpo a cuerpo para situarse junto al otro como hermano. Ser radicalmente pobre para poder ser plenamente hermano: este es el sentido de la pobreza franciscana. Y por último, la permanente alegría, como quien se siente continuamente en la palma de la mano de Dios. A San FranciscoSe le atribuye este dicho: “tengo poco y lo poco que tengo, lo necesito poco”. Este proyecto de vida, si se viviera hoy, crearía un mundo tierno y fraterno, amigo de la vida, con una sobriedad compartida, con un aura de fraternidad universal entre las personas y con todos los seres de la naturaleza, abrazado como hermanos y hermanas.