José Manuel Beltrán Quiñones
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10 de agosto de 2025
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En el marco del Año Santo Jubilar que estamos celebrando, con el lema “Peregrinos de esperanza”, nos viene bien el evangelio de este domingo (Lc. 12, 32-48), en el cual Jesús nos exhorta y nos invita a estar preparados, vigilantes, ya que podríamos estar autoexcluyéndonos o jugando nuestra salvación, que parte de su proyecto de amor, y que no es otra cosa, que la vida eterna. Esto implica aceptar la invitación que nos hace a no tener miedo, a colocar nuestra vida y nuestra confianza solo en Él, a desprendernos de todo aquello que nos distrae y nos aparta de su Reino.
Es preguntarnos hoy: ¿dónde tenemos nuestro corazón?, ¿en qué cosas, situaciones o en personas? ¿De verdad hemos encontrado el verdadero tesoro? ¿O, por el contrario, lo seguimos buscando en las cosas efímeras de la vida?
Jesús nos dice que “donde esta vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón”. Pero, para poder encontrar el tesoro que es “Jesús” y su Reino en medio de nosotros, debemos llenarnos de valor, decisión y paciencia; lo cual no es otra cosa de ser capaces de soportar con calma y perseverancia los contratiempos que se presentan en el seguimiento a Cristo. La búsqueda de su Reino significa desprendimiento, pero con la confianza que vale la pena arriesgarlo todo por alcanzarlo a Él.
Ya el Papa Benedicto XVI, en la homilía de la inauguración de su pontificado, les decía a los jóvenes: “¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo”. Con estas palabras el Papa nos animaba entender que al aceptar a Cristo en nuestra vida no perdemos cosas valiosas, sino que, por el contrario, tenemos la garantía de que es Él quien nos ofrece una vida en plenitud. Es saber que la verdadera felicidad no está en los bienes materiales, sino en poder abrirle nuestro corazón para que Él lo transforme, y tenerlo a Él como el centro de nuestra vida. La verdadera alegría está más en dar que en recibir, y eso solo lo puede hacer un corazón agradecido, capaz de ver la manifestación de Dios en su vida.
Podríamos preguntarnos: ¿qué es el “todo”? A lo cual podemos responder que el “todo” es la plena seguridad de que Jesús es quien nos sostiene, que a pesar de los problemas o dificultades que vayamos encontrando en la vida, nunca nos suelta, porque Él es nuestra esperanza y nuestro todo.
Para que Él sea nuestro “todo”, tenemos que hacernos caminantes y peregrinos, siempre dispuestos a ponernos en marcha, a salir de nuestra vida de confort, para poder colocarnos al servicio de los demás con generosidad. Siempre en una espera activa, de Aquel que nos sigue invitando a estar vigilantes, para que no nos dejemos quitar la alegría de la salvación.