Manuel de Diego Martín

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25 de agosto de 2012

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El 17 de agosto murió en el Escorial Amparo Cuevas, la fundadora de la Obra Reparadora de Nuestra Señora de los Dolores. Esta mujer nació hace ochenta y un años en una pedanía llamada el Pesebre de Peñascosa, provincia de Albacete. Ella es conocida porque tuvo el don de los estigmas y se le apareció la Virgen muchas veces en Prado nuevo. Ella quedará en la historia como la creadora, por inspiración de María, de diferentes obras de amor y misericordia que deja entre nosotros. Ahí están ese centenar de religiosas jóvenes que regentan cuatro Residencias de Ancianos, la comunidad vocacional de unos veinte sacerdotes y seminaristas y la Comunidad Laical que la componen familias que quieren vivir el espíritu de las primeras comunidades cristianas que tenían todo en común.

De su muerte se han eco los grandes medios de comunicación. Y por la capilla ardiente que se instaló en Prado Nuevo par velar sus restos mortales, pasaron multitud de fieles. En el mundo existen unos cien mil asociados a la obra, y hasta el Escorial llegaron esos días gentes de Portugal, Italia y Francia. Desde Hispano-américa llegaron también telegramas de condolencia, así como el recuerdo del Cardenal Rouco que se puso en contacto con la familia desde Alemania en donde se encontraba estos días.

Como hemos dicho antes, Amparo nació en el Pesebre de una familia muy humilde. De joven marchó a Madrid, pero no olvidando sus raíces ha querido recordar a su pueblo con el regalo de una Residencia de Ancianos para toda esa comarca. En espera de construirla, en esta aldea viven una comunidad de ocho hermanas “Reparadoras de nuestra Señora de los Dolores”. Les llame para darles el pésame y me contesta la Hna. Diorena, superiora de la Comunidad. Al preguntarle qué ha significado Amparo en su vida me responde sin pensarlo que mucho, todo. Ella, me sigue diciendo, me enseñó a amar a Dios, amar a la Iglesia. Yo que era una muchacha mundana, al conocer al Señor a través de ella, lo he dejado todo y no he vuelto más a mi casa. Ella era una mujer humilde, obediente a la iglesia, misericordiosa, llena de amor hacia todos. Ella, de la mano de la Virgen María, ha sido para todas nosotras la mejor maestra.

Dice Jesús en el Evangelio “por sus frutos los conoceréis”. Una de las cruces que le han acompañado toda su vida ha sido la incomprensión, incluso una terrible persecución en muchos momentos. Ella ha seguido fiel a su misión. Hoy los de Albacete podemos estar contentos de que una hija suya haya dado tantos y tan buenos frutos a nuestra Madre, la Iglesia.