Manuel de Diego Martín

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29 de noviembre de 2008

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Una de las fiestas que recuerdo con más cariño de mis tiempos juveniles en el Seminario, era la fiesta de Santa Catalina, virgen y mártir, patrona de los filósofos. Su fiesta la celebramos el pasado 25 de noviembre y veíamos este día como un respiro en medio del largo y duro primer trimestre.

El papa Benedicto ha querido dar a esta santa todo el relieve litúrgico que se merece. No es extraño que el Papa que cada día nos está hablando de la grandeza de la razón abierta a la fe, vea en Catalina, la joven estudiante que desde la filosofía se abrió a Dios, y al misterio de Cristo, como un símbolo, un icono de lo que deben ser las relaciones de la razón y la fe.

Catalina fue una mujer que en la Salamanca de aquellos tiempos llamada Alejandría estudió las ciencias filosóficas y a su vez se convirtió al cristianismo. En nuestro tiempo muchos dirían que fue una pobre intelectual que se dejó comer el coco. Pero esta mujer desde su sabiduría e influencia social se opone frontalmente al proyecto del emperador Magencio de reavivar el culto al Cesar. Para neutralizar la campaña de esta mujer, le envían un grupo de sabios para que con sus argumentos le disuadan de su oposición a las ordenanzas del Emperador. Estos sabios van a por lana y salen trasquilados. En un fuerte debate Catalina, desde su filosofía, desde la luz del evangelio, consigue que los sabios también se abran al misterio de Cristo. Esta mujer se convierte en un peligro público, debe morir cuanto antes. De esta manera cortan la cabeza de esta muchacha llena de sabiduría humana y divina.

La virgen mártir nos reacuerda hoy que la fe no está reñida con la razón. Podemos ser filósofos y también creyentes en Jesús. Hay ciertos acontecimientos en nuestro ambiente nacional que parece que esto no puede ir junto. El hecho de impedir la placa de Santa Maravillas, una gran mujer en la casa en la que nació, por ser cristiana, o retirar los crucifijos de las aulas contra el parecer de los padres, están reflejando un poco eso que el cardenal de Toledo ha llamado cierta “cristofobia”. Todas las fobias son malas, por irracionales, también la fobia ante lo religioso o lo cristiano es irracional. Santa Catalina es un ejemplo de lo que el Papa no deja de proclamar: que la fe ayuda a la razón y ésta es una gran ayuda para que la fe no se pervierta ni fanatice nunca.