Manuel de Diego Martín

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20 de septiembre de 2014

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El domingo pasado en el Monasterio de Santa Clara de Hellín, vivimos un acontecimiento tan emotivo como gozoso. La joven Blanca López hizo su profesión religiosa como monja clarisa. Se trata de una chica vecina del mismo Hellín, nacida en una pequeña pedanía llamada Cañada de Agra.

Presidió la celebración el Sr. Obispo rodeado de un buen grupo de sacerdotes diocesanos y de padres franciscanos. También la acompañaban miembros de todas las congregaciones religiosas con sede en Hellín, como fueron las Hermanitas de las Ancianos Desamparados, las Misioneras de la Caridad y de la Providencia, los Hermanos de la Cruz Blanca y los Padres Capuchinos. Naturalmente allí estaban sus padres, hermanos, sobrinos y un gran número de familiares y amigos que abarrotaban el templo. En la Homilía el Sr. Obispo nos hizo comprender cuánto significa el ir a contracorriente con lo que se lleva en la sociedad actual el hecho de que una joven decida romper con las cosas de este mundo para consagrarse totalmente al Señor.

Momento sublime fue aquel en que sor Blanca cogida de la mano de la Madre abadesa, sor Clara, hizo su profesión prometiendo a Dios vivir en castidad, pobreza, obediencia y clausura siguiendo la Regla de las Hermanas Pobres de Santa Clara. A continuación le hicieron entrega del Velo, signo de consagración; de la Regla como signo del camino a seguir; el Crucifijo, que recuerda la entrega total de Jesús por amor a todos hasta la muerte y la Medalla, en recuerdo de la Virgen María.

 

Ver la ofrenda que esta joven hacía de su vida a Dios se convirtió en un gesto estremecedor para hacernos comprender a lo vivo que la verdadera felicidad para una joven no está sólo en el botellón, ni en el dar al cuerpo todo lo que nos pida, ni en el tener muchas cosas y poder hacer cada uno su santa voluntad. La verdadera felicidad se encuentra en la entrega amorosa y total al Señor de nuestras vidas como hizo Blanca y nos lo gritaba con la alegría que se reflejaba en su rostro.