+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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27 de diciembre de 2014
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridas familias:
El domingo que sigue a la Navidad celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Recordamos y celebramos que el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso nacer y crecer en una familia, la humilde familia de Nazaret. Contemplamos a ésta, además, en ese momento, el más entrañable y feliz para cualquier familia, en que es visitada por el nacimiento del primer hijo.
Con este motivo, os escribo a las familias. Lo hago al dictado de la emoción y el cariño, de la gratitud por haber nacido y crecido yo también en una familia, del deseo de proclamar y reafirmar la dignidad y belleza de la familia.
Dejadme que, antes de nada, os felicite de todo corazón a quienes tenéis la suerte de vivir la experiencia de una vida familiar gozosa. ¡Dichosos quienes, un día, os comprometisteis a vivir un compromiso de amor definitivo y lo seguís manteniendo contra viento y marea! El amor es simultáneamente don de Dios y tarea nuestra cotidiana. Los griegos decían que no es verdadero amante el que no está dispuesto a amar para siempre.
¡Se podrían decir tantas cosas de la familia! En los tiempos que corren, cuando me encuentro con familias que viven con tanta sencillez como hondura su condición, me parece un pequeño milagro de la gracia de Dios. Ahí florecen contraviento y marea -vosotros podéis confirmarlo- aquellos valores que no pueden comprarse con dinero: el amor, la gratuidad, el compartir, el perdón, la fidelidad sin límites. Son valores amenazados por el mundo implacable de los intereses o por la superficialidad de unos sentimientos que convierten al otro en objeto de uso -a veces también de abuso- o en puro producto de consumo. Creo que las familias podéis y debéis ser todavía, en buena parte, la alternativa que saque a esta sociedad nuestra de ese atasco de barro y desaliento en que nos movemos.
Que la familia de Nazaret sea como una inyección de fuerza y de luz, cuando tantos no llegan a descubrir ni a valorar la razón de ser de la familia, su sentido y su belleza secreta o manifiesta. Cuántos se quedan en la anécdota de sus limitaciones, en las dificultades de la convivencia, en sus frecuentes fracasos. Hay salidas fáciles que, como decía una experta en estos temas, por solucionar un problema originan cien. Habría que apelar a la honestidad para que no se utilicen como punto de comparación sólo los fracasos. El arte se enseña mostrando las obras más logradas y no los pastiches.
Tengo sumo respeto para aquellas rupturas que quizá se hicieron inevitables. Nunca juzgaré de su desenlace. Pero estoy convencido de que, para desestructurar una sociedad, nada hay tan directo como desestructurar la familia y vaciar de contenido los valores hondos que la sustentan y en ella se transmiten. Nuestras cárceles están llenas de personas, detrás de los cuales lo más frecuente es encontrar una familia rota.
También hay quienes ven en la familia la pieza clave de la estructura social: punto de encuentro, lugar privilegiado donde el amor germina y crece. Y valoran sus posibilidades. Ven que un niño sin familia, se perdería en el camino hacia la madurez, o que el anciano sucumbiría a la soledad; que el amor, sin ella, se moriría de frío o de sequedad; que sin ella la sociedad acabaría ensombreciendo el ya difícil camino de la convivencia.
Desde el respeto leal a quienes no comparten nuestra fe, doy gracias a Dios hoy porque también estáis los que, iluminados los ojos de corazón, habéis descubierto en la familia una presencia y un sentido más hondo y envolvente: habéis atisbado un reflejo, un eco, un icono del Dios trino, que en sí mismo es familia, relación, don, comunión substancial de amor: “A imagen suya los creó; hombre y mujer los creó”. Habéis descubierto su carácter de sacramento de gracia: signo visible del amor invisible de Cristo por la humanidad. Habéis encontrado el cuenco ideal donde acoger el agua de la Palabra y de la fe y darla a beber a los hijos, el remanso donde uno se siente amado por sí mismo y, por eso, donde aprende a conocer y amar al Padre Dios y a los hermanos; el rincón donde la fe se hace fuerte antes de echarse a la vida.
Tendríamos decir tantas cosa sobre la familia… ¡Enhorabuena a todos los que, a semejanza de la familia de Nazaret, sois o intentáis ser una comunidad de vida y de amor, que eso es la familia!
Con todo afecto,