Manuel de Diego Martín
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15 de febrero de 2014
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Loli es una muchacha de mi parroquia que participa en los grupos de formación. Precisamente en estos meses últimos ha tomado parte en los conocidos talleres de Oración y Vida del P. Larrañaga que monitores-guías venidos de Madrid cada semana nos acompañaban para enseñarnos a orar. Y Loli ya nos decía con gracia: “tengo que aprender mucho para poder enseñar a mi hijo”. En el grupo vivimos con gozo el día en que celebró su matrimonio cristiano. A los pocos meses nos anuncia que va a ser madre. Y el jueves pasado, cuatro meses después, nos enseña en una tableta la foto de su bebé. No podéis imaginar la alegría de todos los presentes.
Dice el refrán que vale más una imagen que mil palabras. Yo me pregunto si todos los parlamentarios que se oponen ferozmente a la reforma de la ley del aborto han visto imágenes como éstas. Nos alegramos de que haya triunfado en la votación el buen criterio de que siga adelante la nueva ley, aunque nos entristece el hecho de que ya anuncian los opositores que en cuanto tengan el poder acabarán con ella.
Yo me pregunto si sus señorías defensores de la antigua ley, y si es posible, otra más libertaria aún, viendo imágenes de embriones como estas, pueden tener argumentos para afirmar con esa rotundidad que en nombre de la libertad de las mujeres, en nombre del progreso humano, o porque piensan que cada mujer manda en su “moño” y en su cuerpo, pueden tener derecho a eliminar a un niño tal como lo vemos en la tableta.
Aristóteles habló de que en el ser humano había como tres almas, la vegetativa, la sensitiva y la racional. Y el hombre empezaba a serlo cuando entraba en juego el alma racional. Pero después de aquello la ciencia genética ha dado pasos de gigante. Y la Iglesia Católica defiende que en el ser humano no hay más que un alma, la espiritual, que hace que ese embrión tenga ya de por si toda la dignidad del ser humano. Entonces, ¿cómo es posible que haya políticos, feministas y demás desaprensivos que en nombre de la libertad afirmen que se le puede eliminar? Yo no quiero esa libertad, pues como decía S. Agustín la verdadera libertad consiste en elegir el bien, no el mal.