Manuel de Diego Martín

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13 de noviembre de 2010

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En mi vida pastoral como párroco en Hellín, tuve la suerte de llevar adelante, por encargo de mi Obispo, la construcción de un nuevo templo. Así pues en un pelado solar hoy florece un hermoso complejo parroquial. Ni que decir tiene que durante las obras no faltaron penalidades, pero ante todo sobreabundaron los gozos y por fin la alegría de disfrutar de unas instalaciones que facilitaban nuestras actividades pastorales. Con frecuencia mis feligresas me decían, qué contento está Ud. con la nueva parroquia. Y mi respuesta siempre era la misma. Sí, poner ladrillos es fácil. Lo que yo quiero es una iglesia de piedras vivas, lo que yo intento es que cada día haya más cristianos de verdad en nuestra comunidad parroquial, cosa no tan fácil en los tiempos que corremos.

El otro día quedábamos entusiasmados viendo la Dedicación de la Basílica de la Sagrada. Familia. ¡Qué hermosura ver esas columnas lanzadas hacia el cielo! Y qué bueno es que sigamos construyendo templos que nos hacen mirar al cielo. Pero lo que importa, ante todo, es crear comunidades cristianas que intenten transformar en un cielo nuestra tierra.

Hoy celebramos el Día de la Iglesia Diocesana con este significativo lema: “La Iglesia, comunidad de fe, caridad y esperanza”. Esto tiene que ser nuestra Iglesia de Albacete, un conjunto de parroquias presididas por nuestro Obispo, que a su vez son una construcción de piedras vivas. Debe ser nuestra diócesis un conjunto de columnas lanzadas hacia el cielo. Hombres y mujeres llenos de fe, esperanza y caridad. Hombres y mujeres cristianos capaces de dar a todos razones para vivir, razones para esperar.

Nuestra sociedad moderna lleva en su seno tres heridas de muerte, un individualismo que nos cierra a la solidaridad, un materialismo hedonista que nos ciega a la trascendencia y un relativismo que nos hunde en la confusión.

¿Qué puede hacer la Iglesia ante todo esto? Los cristianos de Albacete, unidos a nuestro obispo Ciriaco, tenemos que ser y hacer lo que nos dijo Jesús en el Evangelio. Tenemos que ser “sal” para arrancar los sinsabores de tanto sufrimiento como nos envuelve, y ser también “luz” para marcar a todos caminos de esperanza. Este es nuestro reto, esta es nuestra tarea como Iglesia diocesana.