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29 de agosto de 2009
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El Evangelio de este domingo deja atrás el “discurso del pan de vida “y retomamos la lectura continuada del Evangelio de Marcos.
Hoy Marcos nos presenta una discusión entre Jesús y los fariseos. Éstos le echan en cara a Jesús que sus discípulos comen con manos impuras y se saltan otras tradiciones y costumbres importantes para la religión judía. Jesús les contesta una vez mas de una manera audaz e inteligente, remitiéndose a la tradición que ellos tanto defienden, haciendo referencia a las palabras del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón esta lejos de mí” y añade: “El culto que me dan esta vacío porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.
Estas palabras de Jesús son una llamada a la coherencia de vida y de fe; es necesario cumplir los mandamientos, tener normas que regulen el buen funcionamiento, que favorezcan la unidad, que infundan el respeto y el valor de lo auténtico, que, en definitiva, nos ayuden a ser fieles al Dios en quien creemos y a la fe que profesamos. Pero esto no puede ser vivido como un simple formalismo donde sólo prevalezca la forma, vaciando nuestra fe de todo su contenido, su mensaje y su vida. Nuestra fe es una fe con corazón, es una fe viva y una fe desde la vida y para la vida.
Creo que en este sentido la frase del evangelio de hoy: “Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí” no nos debe dejar indiferentes. Nos interpela a revisar nuestra vida, nuestra fe, nuestro hacer pastoral, nuestras celebraciones litúrgicas y muchas de nuestras tradiciones cristianas. ¿Cuántas veces nuestra fe está a años luz de aquello que vivimos en el día a día? ¿Cuántas veces nuestras celebraciones litúrgicas o acciones pastorales están faltas de vida, de ilusión, del deseo real de seguir a Jesús? ¿Cuántas de nuestras tradiciones se quedan solo en la estética, en lo exterior, en una manifestación meramente cultural y folklórica, vacías de contenido, carentes de un mensaje transformador, sin tocar en lo profundo del corazón de la gente y reduciéndose a un simple sentimentalismo efímero?
Jesús deja algo muy claro hoy en el Evangelio, que nuestra fe debe ser vivida desde el corazón, es la fe del corazón, del amor, por algo nuestro mandamiento fundamental, en el cual confluyen todos los demás es el “mandamiento del amor”. Esto no quiere decir que nuestra religión se convierta en una especie de anarquía sin ningún tipo de normas o mandamientos, quiere decir que los mandamientos y normas tienen que ser encarnados en la vida de cada creyente y tienen que estar siempre al servicio de la vida, de la unidad, de la caridad y de solidaridad entre los hermanos.
Por último para ser coherentes con nuestra fe tenemos que atender a la llamada que Jesús hace hoy también en el Evangelio: “Escuchar y atender todos”. Debemos abrir los oídos y estar atentos a lo que Dios nos dice a través de su Palabra y de los acontecimientos de la vida, a través de las necesidades de los demás y de los abatares de nuestro tiempo. Solo así podremos unir fe y vida, podremos llenar nuestras celebraciones y actividades de la vida que Dios nos regala, e inundar la vida de nuestro mundo de esa vida de Dios. Escuchar supone dejarse guiar por la Palabra de Dios y que ella nos transforme, que nos haga distinguir lo que de verdad es esencial en nuestra fe y no mantenga fieles a ello, que nos ayude para no ser “meros funcionaros de Dios”, sino verdaderos testigos y discípulos de su Hijo.
Creo que tarea tenemos para un rato, pero no hay que desanimarse, contamos con la mejor ayuda, la del Señor, y con una convicción: las cosas de Dios siempre merecen la pena, pues experimentamos mil veces, en nuestra propia carne, que por muy grande que sea el esfuerzo, mucho mas grande es siempre la recompensa.
José Antonio Pérez Romero
Delegado Diocesano de Catequesis