+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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6 de diciembre de 2014
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos amigos:
Nos quedamos la semana anterior hablando de la comunión en la Diócesis. Seguimos en el mismo surco, hablando hoy de la comunión referida a la Parroquia, que es la concreción más inmediata de la Diócesis. Lo mismo se puede decir del movimiento o de la asociación.
Quiero aclarar que los presbíteros, antes que serlo “de nuestra parroquia”, lo son “de la Iglesia” al servicio de nuestra parroquia. Cuando perdemos esta amplitud de miras, tendemos a hacer parcelas y a despreocuparnos de las necesidades de otras comunidades, de las de la Diócesis o de la de la Iglesia universal. Y se tiende a priorizar el propio programa pastoral olvidando el programa pastoral diocesano.
Las líneas pastorales diocesanas, los proyectos diocesanos comunes deben inspirar vuestras líneas pastorales. No pasemos de ello haciendo nuestra propia batalla. La necesidad de concretarlos o adaptarlos a las condiciones específicas de la situación o el sector en los que trabajamos no significa que trabajemos por cuenta propia, como francotiradores valerosos, pero solitarios. En la Iglesia no hay “trabajadores autónomos”, todos somos “trabajadores por cuenta ajena” en la viña del Señor.
Armonizar nuestro propio trabajo, no sólo en la parroquia, sino en el arciprestazgo, significa ya un paso importante de comunión y apertura a la Iglesia diocesana. Por nuestra vinculación a Cristo, y de manera visible a través de nuestro obispo, que lo es también de la Iglesia universal, junto a todos los obispos del mundo, presididos por el sucesor de Pedro, estamos en comunión con toda la Iglesia una, santa, católica y apostólica.
En un evangelizador, la comunión ha de ser no sólo afectiva, sino efectiva. Se traduce en un empeño perseverante para no romperla nunca por estrecheces provincianas, doctrinales o prácticas. Sentirnos solidarios con todas las Iglesias compartiendo lo que somos y tenemos ensancha el corazón del evangelizador.
Permitidme recordaros también que la fuente inmediata de la comunión en la Iglesia es la Eucaristía. Participando del mismo pan, vamos formando un solo cuerpo. La Eucaristía dominical debe ser, en nuestra parroquia, una expresión gozosa de acogida, de encuentro y de compromiso “para la vida del mundo”. En la Eucaristía, además del pan y el vino, son comunes también todos los ministerios, carismas y servicios que en ella se alimentan y se traban en comunión fraterna.
Jesús, a la hora de hacer su testamento de amor, pidió al Padre que “sean uno, para que el mundo crea”. Cuando los evangelizadores nos dividimos o vivimos una comunión fría, que no rezuma el gozo de la fraternidad, es muy difícil que nuestro anuncio contagie. La comunión es un don para la misión. Sólo cuando produce admiración (“mirad cómo se aman”) tiene fuerza misionera.
La comunión se manifiesta en un verdadero amor la Iglesia, no a una Iglesia ideal, sino a esta Iglesia concreta, con sus pecados y sus virtudes. Un maestro de teólogos, el P. De Lubac, nos dejó delineado lo que, a su juicio, constituye al verdadero hombre de Iglesia:
“Hombre de Iglesiano significa hombre “clerical” ni varón de sacristía, sino el cristiano, a quien le ha nacido la Iglesia en el corazón, que vive en ella y con ella, que la ama y la padece, que goza con su alegría y espera con sus esperanzas…. No se contenta con ser leal y sumiso en todo, exacto cumplidor de cuanto reclama su profesión de católico. La Iglesia ha arrebatado su corazón. Ella es su patria espiritual. Ella es «su madre y sus hermanos». Nada de cuanto la afecta le deja indiferente o desinteresado. Echa raíces en su suelo, se forma a su imagen, se solidariza con su experiencia. Se siente rico con sus riquezas. Tiene conciencia de que por medio ella, y solo por medio de ella, participa de la estabilidad de Dios. Aprende de ella a vivir y a morir. No la juzga, sino que más bien se deja juzgarpor ella .Acepta con alegría todos los artículos que exige su unidad. (Meditación sobre la Iglesia).
Y, un poco más adelante, añade: “El hombre de Iglesia se mantiene apartado de toda camarilla y de toda intriga. Comprende que el Espíritu católico, que es a un tiempo riguroso y comprensivo, es un espíritu “más caritativo que querelloso”, opuesto a todo “espíritu de facción” o simplemente de capilla… Toda iniciativa laudable, toda fundación que cuenta con la debido aprobación, todo nuevo hogar de vida espiritual, es para él una ocasión para mostrar su agradecimiento. (Ibid.)
Con todo afecto