Manuel de Diego Martín

|

1 de noviembre de 2008

|

4

Visitas: 4

Estamos en el año de S. Pablo, puesto que celebramos los dos mil años de su nacimiento. Por eso la Iglesia nos invita este año leer sus escritos y a vivir en consecuencia.

Leía el otro día algo en sus cartas algo que me pareció siempre tan divino: Por Cristo habéis sido rescatados de la esclavitud, por tanto estáis llamados a vivir en libertad…Ya no sois extranjeros, sino ciudadanos del cielo, pertenecéis a la gran familia de los santos, a la familia de los hijos de Dios.

Con estas reflexiones en mi mente, asistí el otro día a unas jornadas que organiza la Asociación “Espíritu y Vida” con el título de “Vida Si, Drogas no”. Me extrañó que hubiera tan poca gente en el salón dada la importancia y la actualidad del tema. El desarrollo de las jornadas se dio muy bien, los ponentes estuvieron a buena altura, y hubo variadas intervenciones entre la gente. A mi lado se sentaba una mujer que había perdido un hijo víctima de la droga, y otra hija que iba por el mismo camino. La pregunta fundamental era ¿qué hacer para que nuestros jóvenes no sean engullidos por ese leviatán que se traga tantas vidas jóvenes? Algunos de los asistentes, en la calle, comentábamos con cierto pesimismo que no hay muchas salidas humanas al tema de las múltiples y variadas drogas que hoy esclavizan a los jóvenes.

Dos días más tarde escuché al Sr. Obispo en un encuentro de unos trescientos jóvenes, que este año van a recibir el sacramento de la Confirmación que les decía entre otras cosas: “Jesús os quiere dar su Espíritu, un espíritu de libertad para que nada ni nadie os tenga encadenados. Jesús quiere para vosotros una vida hermosa, una vida feliz, libre de esclavitudes. Siguiendo su camino podéis ser vosotros mismos. No tengáis miedo de seguir a Jesús…” Las palabras del Obispo creo que llegaron hondo al corazón de los jóvenes, a mí al menos sí me llegaron. Salí más animado de allá que de la reunión del día anterior, cuyo tema era cómo prevenir a los jóvenes de la droga. Sentí la gozosa esperanza de que nuestra fe en Jesús nos abre un camino de libertad.

Mira por donde, después de la reunión con el Obispo, me voy a la Parroquia. Y cuando ya se ha terminado todo, me encuentro en una sala con miembros de una Asociación de familiares alcohólicos, e interesado por sus temas, me paro a hablar un poco con ellos. De pronto llega un muchacho, al que ellos conocían, para decirnos que su madre le ha echado de casa, que ha perdido el equipaje, que lleva dos días sin comer y que no tiene donde dormir. Me quedé apabullado de ver tanta desgracia junta, claro, todo ello era consecuencia del alcohol.

Y me vuelvo a mi casa meditando las palabras de S. Pablo, estáis llamados a vivir en libertad, no a ser pingajos tirados por las calle. Estamos llamados a ser hombres de bien, es decir ciudadanos del cielo. Gracias, Jesús, porque en ti podemos conseguir una ciudadanía de verdad.