Manuel de Diego Martín
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3 de febrero de 2007
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Los pueblos que circundaban al pueblo de Israel decían de él estas elogiosas palabras: “¡qué leyes más sabias, justas y sensatas tienen estas gentes!” En verdad, el gran legislador Moisés consiguió para su pueblo un cuerpo de leyes que regulaban la vida social del manera tan admirable que era la envidia de todos los vecinos.
Por el contrario, el historiador Herodoto, haciendo memoria y recuento de los pueblos primitivos, nos cuenta que había unos tan, tan primitivos que vivían sin leyes “anomoi”, puesto que no tenían el concepto de la “dikayé”, es decir, de la justicia, y los calificaba de antropomorfos, porque tenían fachada, figura de hombres, pero en su convivencia se comportaban como animales. Dicho de otra manera, tenían una sola ley, la del más fuerte, la llamada ley de la selva.
Santo Tomás nos decía que una ley consiste en instaurar un orden racional en la convivencia que sirva al bien común. Pero para que la ley pueda sobrevivir necesita de un poder que la haga cumplir. Eh aquí el quehacer de la justicia, eh aquí la misión de los jueces.
En estos tiempos, nuestras gentes están viviendo momentos de desconcierto y convulsión al no saber ya cual sea el quehacer de los jueces, la misión de la justicia, ni el papel de las leyes. Cuando todo se politiza, es que todos los gatos son pardos.
Si el poder legislativo nos ha dado unas leyes, será para que se cumplan. De otra manera no merece la pena que pierdan energías y tiempo en crearlas pensando que son buenas para ordenar una mejor convivencia.
Si ahora viene el Lendakari y nos dice que estamos en un mundo de locos porque a él que es un ciudadano, es vedad cualificado, pero sujeto como los demás a le ley y se le pregunta por qué no la cumple, o si no la cumple, que diga las razones que tiene para ello, a esto llama que estamos locos.
Un manicomio, al menos los de antes, se caracterizaba porque allá la gente vivía sin ley, uno grita, el otro golpea, el otro insulta, el otro cuando hay que estar levantado se acuesta… Eso ocurre allí, efectivamente porque están en una casa de locos. Para ellos no hay ley ni concierto. Pero de lo que se trata es justamente de lo contrario. Sr. Ibarexche, nosotros queremos que haya en nuestra sociedad orden y concierto. De otra manera tendremos un mundo al revés, y tendremos que decir qué locos aquellas gentes de Israel que se sometían a las leyes, y qué demócratas los antropomorfos de Herodoto que vivían sin ella.