+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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16 de febrero de 2019

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]a Iglesia Católica celebra anualmente la Jornada Mundial del Enfermo, hacién­dola coincidir con la Festividad Litúrgi­ca de la Virgen de Lourdes (11 de febrero). En ella, recordamos esta realidad del ser humano y nuestro compromiso de amor de caridad hacia las personas enfermas o limitadas por la edad. 

Este año, el Papa Francisco ha elegido como lema, para nuestra reflexión e impulso de com­promiso cristiano, esta frase de Jesús en el Evangelio: “Gratis habéis recibido, dad gratis” (Mt. 10,8). ¿Y qué hemos recibido gratuitamen­te por parte de Dios? De Él lo hemos recibido todo: la vida, la salud, el tiempo, conocimien­tos, preparación específica, fe, esperanza, amor, experiencia de su amor divino, familia, amigos, la creación entera…, etc. Por ello, agradecidos por los dones recibidos, démoslos gratis y dé­monos gratis. 

La Iglesia, como madre de todos sus hijos, sobre todo de los enfermos, recuerda que los gestos gratuitos de donación, de entrega gene­rosa, como los que nos narra la Parábola del Buen Samaritano, son el camino más certero y la vía más creíble para la Evangelización. Al celebrar la Jornada Mundial del Enfermo, re­cordamos, para llevarlo a la práctica, que el cui­dado de los enfermos requiere profesionalidad y ternura, buen hacer y buen querer, expresio­nes de gratuidad inmediatas y sencillas, a través de las cuales se consigue que la otra persona se sienta “querida”. 

La gratuidad humana es la levadura de la ac­ción eficaz de los voluntarios, los Capellanes de Hospitales y Residencias de Mayores y de los profesionales en el ámbito de la sanidad (mé­dicos, enfermeros, celadores, etc.), que son tan importantes en el sector socio-sanitario, y que viven de manera elocuente la espiritualidad del Buen Samaritano. Os animo a seguir con vues­tro compromiso de ser “signo elocuente” de pre­sencia de la Iglesia en un mundo secularizado y que se aleja de Dios. Para una persona enferma o anciana, y para sus familiares, el voluntario, el sacerdote, el profesional sanitario…, es un ami­go desinteresado con quien puede compartir sentimientos y emociones y de quien recibe lo mejor que lleva dentro. El cristiano comprome­tido en esta realidad humana debe comunicar valores, virtudes, comportamientos y estilos de vida que tengan en su centro la actitud de la donación, de la entrega generosa y gratuita a ejemplo de nuestro maestro, Jesucristo. 

La Iglesia Católica y sus fieles están llamados a expresar el don de la gratuidad y de la soli­daridad, el amor hecho caridad, rechazando la búsqueda única de un beneficio a toda costa, el dar algo para exigir recibir, el uso de la explo­tación que olvida el bien total de las personas. 

La aportación de los llamados a la acción socio-sanitario de la Iglesia se hace cada vez más importante y necesaria. Cada vez hay más personas enfermas y ancianas a las que atender. La caridad cristiana implica la respuesta a una necesidad concreta: Los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfer­mos atendidos para que recuperen la salud, los prisioneros visitados… 

Los enfermos y ancianos requieren una atención cordial salida del corazón. Esto supo­ne dedicación al enfermo y al mayor con una atención cariñosa a la vez que profesional. Es muy importante que los que han recibido la vo­cación socio-sanitaria de la Iglesia sean perso­nas, hombres y mujeres, movidos por el amor de Cristo, personas cuyo corazón haya sido conquistado por Cristo con su amor, desper­tando en ellos el amor al prójimo. 

Para gozo de la Iglesia, hoy encontramos muchos cristianos en el campo de la sanidad y atención a los mayores que dan testimonio de su buen hacer no solo con la palabra y su profe­sionalidad, sino también mediante una vida en­tregada, fundada en la fe, sabiendo ser ojos para el ciego, pies para el inválido, y manos para el enfermo o anciano que necesita ayuda concre­ta para lavarse, vestirse o alimentarse. Recor­damos las palabras luminosas de Jesucristo, el Señor, que dan sentido a lo que hacemos gene­rosa y gratuitamente: “Lo que hacéis a uno de estos hermanos míos más pequeños (enfermos, mayores, …), a Mí me lo hacéis”. 

Pensar en los enfermos y ancianos es hacer presente el mundo del dolor, del sufrimiento y la enfermedad. Ellos forman parte del misterio del hombre en la tierra. Ciertamente, es justo luchar contra la enfermedad, porque la salud es un don de Dios, pero es importante también saber leer el designio de Dios cuando el sufri­miento, el dolor, la edad o la enfermedad llaman a nuestra puerta. La “clave” de dicha lectura, la explicación, es la Cruz de Cristo. El Verbo en­carnado acogió nuestra debilidad, asumiéndola sobre sí en el misterio de la Cruz. Desde en­tonces, el sufrimiento tiene una posibilidad de sentido, de explicación, que lo hace singular­mente valioso. Desde hace dos mil años, desde el día de la Pasión y Muerte de Cristo, la Cruz, con Cristo clavado en ella, brilla como supre­ma manifestación del amor que Dios siente por nosotros. Quién sabe acogerla en su vida, expe­rimenta cómo el dolor, la enfermedad, las limi­taciones, iluminadas por la fe, se transforman en fuente de esperanza y salvación. 

Que nuestra Madre del cielo, Santa María de Lourdes, nos bendiga, nos proteja y prepare nuestros corazones para acoger y mantener en nuestras vidas la inmensidad del amor de Dios y volcarlo en la atención de los enfermos, ma­yores y más necesitados.