Manuel de Diego Martín
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31 de enero de 2015
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A veces los Medios de Comunicación social hablan de una manera poco elegante de los tesoros de la Iglesia, de los tesoros y dineros del Vaticano, con una cierta intencionalidad de crear ante la opinión pública una imagen de una Iglesia rica en poder y en dinero. Recordando esto viene a cuento traer aquí a la memoria la historia de nuestro mártir S. Lorenzo que era el limosnero mayor de la Iglesia de Roma cuando le enviaron agentes del Imperio a buscar los tesoros escondidos de la Iglesia. El santo diácono les abrió una ventana en la que se veía un montón de pobres y les dijo. “Estos son los tesoros de la Iglesia”.
Mañana celebramos el Día de la Vida Consagrada. Y lo hacemos en el marco de este año que el Papa lo declaró El Año de la Vida Consagrada. Tanto este día, como este año, el Papa nos invita a fijar nuestra mirada en nuestros consagrados. Y con San Lorenzo, también nosotros decimos que además de los pobres, ellos son también un tesoro en nuestra Iglesia.
Da cierta pena ver que en nuestras comunidades cristianas a los consagrados no se les conoce bien. Mejor dicho, se les conoce por lo que hacen, no por lo que son. ¡Claro que hacen muchas cosas buenas! Cuando el Papa nos recuerda a todos que debemos ir a las periferias del mundo, ellos están precisamente en esos lugares de pobreza, ellos se están jugando la vida en muchas latitudes faltas de esperanza. Ellos son mucho más que lo que hacen, no son simplemente una ONG de élite, son infinitamente más.
Los Consagrados son ante todo los amigos de Dios. El lema de este año es: “Amigos fuertes de Dios”. Ya comprendemos que esta expresión está tomada de Santa Teresa de Jesús, y la recordamos ya que estamos celebrando el V Centenario de su nacimiento, cuando nos dice que tenemos que ser amigos fuertes de Dios, ya que amigos flacos tiene muchos y son todos aquellos que no viven las exigencias de su bautismo a quienes tenemos que ayudar.
Los consagrados tienen que ser en verdad amigos fuertes de Dios para vivir sus tres votos de obediencia, pobreza y castidad. Su consagración significa que quieren seguir radicalmente a Jesucristo, imitando su vida, con la fuerza del Espíritu Santo para ser alabanza continua a nuestro Padre Dios. Significa que están llamados a vivir en comunidades fraternas para enseñarnos a vivir a todos nosotros como hermanos. Y nos dicen que quieren hacer de su vida un servicio de amor a todos, especialmente a los más pobres. Esta es la línea que les marca la “Exhortación Vida Consagrada”, cuando les anima a ser páginas vivas del evangelio en nuestro mundo.
¡Cuántas gracias tenemos que dar a Dios por tener consagrados entre nosotros! Pidamos que no les falten vocaciones para que nos perdamos este tesoro en nuestra Diócesis y que su presencia nos anime a todos a ser amigos fuertes de Dios como nos lo recuerda Santa Teresa.