José Joaquín Tárraga
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23 de noviembre de 2019
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Termina hoy el año litúrgico y el domingo que viene comenzaremos el Adviento. Es momento de recapitular el año para iniciar una nueva etapa. Por eso, hoy se nos recuerda el punto fundamental de nuestra fe, donde gira nuestra esperanza: Jesús, el Cristo, centro de todo.
En nuestro lenguaje diario utilizamos la palabra “rey” para expresar las buenas cualidades o para destacar a la persona en alguna faceta. Pero el reinado de Jesús no se mueve en estos ámbitos. No me imagino a Jesús siendo el rey del fútbol, de la pista de baile, de la cocina o, incluso, el rey del mambo. No. El reinado de Jesús no es el del poder, deporte o política. No. Su reinado es un reinado diferente.
La imagen de su reinado la tenemos en el momento de su pasión y muerte: su trono es la cruz, su corona de espinas, desnudado de ropas; el cetro, un palo para soportar los azotes recibidos. Éste es nuestro Rey del Universo y de todo lo creado.
Nuestro mundo sigue proclamando cada día nuevos reyes. Se siguen coronando nuevos ídolos que son puestos como modelo de vida para los comunes de los mortales.
Y, en estas, Jesús, hoy, en este siglo XXI, sigue siendo proclamado rey, por nosotros. El rey de la sonrisa, de la bondad, de la mirada limpia, del respeto humano. El rey de los amigos que sabe tomarse un café y disfrutar de la amistad sin criticar al que no está; rey del trabajo porque lo vive con honradez fichando a sus horas y rindiendo lo mejor que sabe; rey de su familia porque acompaña a sus mayores y los escucha con paciencia; rey de la bondad porque es el mismo Dios.
Y como todo rey tiene su reino, su paraíso. Y lo promete a quien cree en Él, a todo el que sigue sus pasos. Es el Reino de Dios. Un reino donde hay justicia, perdón, misericordia y ternura. Un reino donde no existen los chismorreos, ni las dobles palabras, las distancias e intereses humanos sino la entrega generosa y total de la persona.
Un paraíso, el del reino de Jesús, que a muchos quizá no interesa porque no hay poder, ni comodidad. Sólo aquel que vive desde el sentirse necesitado de algo puede valorar y añorar el preciado paraíso.