Ana Blanch Orfila
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17 de septiembre de 2022
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Hay ocasiones en que tanto los relatos evangélicos como la figura de Jesús, y esa es la genialidad del Maestro, nos descolocan por completo y no comprendemos. Lo mismo les pasaba a los apóstoles y a sus seguidores, que no entendían. No somos por lo tanto muy distintos a ellos y esto es lo que nos ocurre con el Evangelio de Lucas de hoy.
Nos encontramos con una de las parábolas más extraña y difícil de comprender, ya que Jesús nos propone como modelo y ejemplo a seguir a un administrador que actúa y obra injustamente sobre los bienes de su amo, por consiguiente, supone una dificultad para la mayoría de nosotros averiguar lo que este pasaje lucano nos quiere transmitir y más aún, intentar captar la enseñanza que quiso mostrar Jesús de Nazaret al narrar esta parábola. ¿Por qué ensalza a un hombre acusado de malversar los bienes de su amo?
Hay que tener en cuenta algunas cuestiones al leer este Evangelio:
En primer lugar, hay que saber que en varias ocasiones el género literario de las parábolas utiliza detalles exagerados para llamar la atención del lector (cien barriles de aceite equivaldrían aproximadamente a unos 3.500 o 4.000 litros de aceite, o cien fanegas de trigo es otra cantidad desorbitada). Esto no es falsear el relato ya que también nosotros tendemos a exagerar en ocasiones cuando contamos historias o hechos para magnificar la anécdota y captar así la escucha atenta de nuestro interlocutor.
Otro dato a tener en cuenta es que, según la costumbre de entonces y aceptada con cierta normalidad en la Palestina del S.I, un administrador podía autorizar préstamos de los bienes que pertenecían a su señor. El administrador no recibía salario alguno, luego podía beneficiarse aumentando en el recibo la cantidad prestada como una pequeña ganancia para él. Podríamos decir que lo que hizo fue quitarse sus beneficios, con lo cual las acusaciones de malversación serían por los actos realizados con anterioridad.
Al leer con atención la parábola del administrador sagaz, advertimos que el relato no ensalza realmente los actos injustos del hombre, sino más bien la actitud astuta de este. Jesús no alaba el acto de enriquecimiento injusto sino el proceder sagaz.
Descubrimos también que nosotros somos, no dueños, sino administradores de lo que gratuitamente tenemos y encontramos a lo largo de nuestra vida. De este modo somos responsables del cuidado de todo ello y es nuestro deber darle buen uso.
En este verano que ahora termina, hemos visto con horror, arder nuestros bosques. El ser humano ha recibido una serie de riquezas (montes, ríos, lagos, mares…), de las que no es propietario sino administrador por un breve periodo de tiempo, para entregárselo a los que nos harán el relevo algún día. Debemos ser administradores sagaces y astutos como el protagonista del Evangelio. Necesitamos de este proceder para no conformarnos con las situaciones injustas que vemos en nuestra cotidianidad como si fuera algo imposible de corregir, aceptado por todos con normalidad, algo que está perfectamente asumido y aceptado por todos nosotros, sin tener esa astucia y sagacidad destacada para creer que podemos intentar revertirlas.
El Evangelio de hoy es una llamada de atención de las actitudes que no usamos para cambiar y mejorar nuestro entorno, tal vez porque pensamos que la mejora del mundo depende de los demás y no de cada uno de nosotros.
El Evangelio nos llama a descolocarnos. Que algo o alguien como hace Lucas hoy, logre descolocarnos significa avanzar, tener que revisar lo que hacemos ahora que comienza un nuevo curso, si debemos empezar a actuar y proceder de un nuevo modo, tal vez como nunca hemos hecho, si lo que hacemos es lo que debemos hacer no a los ojos de los demás sino ante una mirada de alguien mucho más crítica e importante, la de uno mismo.
Tal vez es una reflexión para darnos cuenta de que cambiando cada uno de nosotros, cambia la sociedad y que será la suma de cada una de nuestras acciones audaces las que nos llevarán a un mundo mejor. Este es el plan maestro, un plan, sin duda, astuto y sagaz.
Ana Blanch Orfila
Licenciada en Teología