Luis Enrique Martínez Galera
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27 de junio de 2020
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La sociedad nos invita a un triunfo rápido y a costa de lo que sea. Hay medios, métodos y empresas que están orientados precisamente a todo ello: conquistar la fama cuanto antes y, si puede ser bien remunerado, mejor que mejor. Cuidar la imagen y dar buena impresión es algo fundamental, independientemente.
El discípulo no se hace en un día sino que es futo de un largo aprendizaje. Día a día, golpe a golpe se forja el acero que se ha ido templando para adquirir su resistencia. Lo fácil y rápido no sirve para nada, es presagio de fracasos y debilidades. La escuela del discipulado nace de escuchar al Maestro con atención y de llevar a la vida sus enseñanzas; y esto necesita de paciencia y constancia. Un día y otro, toda una vida, golpe a golpe.
Dos parecen ser las ideas centrales del párrafo mateano que comentamos: sacrificio y dignidad. Dos actitudes necesarias para el seguidor de Jesús.
Para conseguir altas metas, necesitas de esfuerzo, entrenamiento, renuncia a otros bienes y objetivos, y luchar por conseguirlo, con empeño y coraje. Quien pretende subir cargado una cima alta se ha de preparar, ha de elegir la carga en la mochila, el momento para la partida y ha de superar los desniveles. Y, cuando llega a la cima con sudor y cansancio, tiene el gozo de contemplar un amplio y hermoso horizonte de un día despejado y luminoso. Entonces, como a la madre que ha alumbrado un hijo, ya olvida el esfuerzo por el gozo de haberlo alcanzado.
«Posponer» supone poner en segundo lugar y dejar el primer puesto para el Maestro. Son muchas las cosas que hemos de resituar en la vida para centralizarla en Jesús. «Ser digno de él» conlleva reconvertir nuestra vida: «El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará». Perder para ganar parece un sin sentido pero alcanza todo su sentido cuando de lo que se trata es de «la vida»; es decir, perder la vida terrenal para alcanzar la vida eterna. ¿Perder para ganar? Ciertamente, se necesita ir contracorriente comprando aquello que muchos desprecian y abrazando aquello que la sociedad rechaza. Para ello, claro está, es cuestión –muchas veces- de cerrar los ojos y de abrir el corazón. ¿Perder para ganar? Así es. Jesús nos deja unas pistas por las que podemos optar hacia esos grandes valores que, a pesar de las dificultades, perduran en el tiempo. En el seguimiento de Jesús, es necesario la escucha atenta a sus palabras para acogerlas y hacerlas nuestras. El programa no es nuestro sino de Él; se necesita interiorizarlo y vivirlo para ser «dignos de él».
Nunca lucharemos por algo que no vemos claro, que no tiene valor para nadie, que menospreciamos, o no nos interesa. Valorar positivamente las cosas como buenas, necesarias, y saludables, nos predispone a movernos hacia ellas. Cuando tenemos que vender un producto que interiormente no valoramos, estamos falseando la verdad de las cosas y, si tenemos un poco de pudor, sentiremos vergüenza de nosotros mismos. Sentirnos enviados por Aquél que es la verdad nos plenifica. Trasmitir este mensaje recibido nos engrandece. Representar a Jesús, enviado del Padre, nos dignifica. Sólo la convicción de que merece la pena lo que hacemos nos garantiza el éxito y nos abre la puerta a ser valorados positivamente por los demás y, en consecuencia, a ejercer la misión con dignidad.
Discípulos y misioneros son las dos claves que dimensionan la vida de los auténticos seguidores. No se puede vivir la una sin la otra sino que, en la medida que avanzamos en una, necesitamos de la otra. Para aclararnos mejor, podemos decir: «discípulos misioneros». Un perfil determinado. Como Él.