Manuel de Diego Martín

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30 de noviembre de 2013

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En la noche del domingo pasado murió en Albacete, a los ochenta y cinco años, Monseñor Ceferino Toé, Obispo Emérito de la Diócesis de Dedougou (Burkina Faso). Falleció en la Residencia Sacerdotal, en la que estaba alojado pues había venido a pasar un tiempo con nosotros y a la vez tener algunos controles médicos.

Este obispo africano era para nosotros uno más de la familia, ya que durante veinticinco años un grupo de sacerdotes albaceteños estuvimos sirviendo en su Diócesis, en concreto en la Parroquia de Safané. Nos ha dejado a todos sumidos en la tristeza pero confiados porque el Señor se lo ha llevado consigo. Todos nos quedamos con el recuerdo de este Obispo bueno, de este obispo santo.

Tuve la suerte de comer con él la víspera de su muerte y nos comentaba cómo al día siguiente se cumplían sus cuarenta años de episcopado. Los ha celebrado en el cielo. También nos anunciaba las celebraciones que tenían previstas para recordar los cien años del nacimiento de su Parroquia, Sagrado Corazón de Toma, de la cual su papá fue uno de los primeros cristianos y a su vez catequista.

En este ambiente le surgió la vocación al sacerdocio. A los cuarenta y cinco años le consagraron obispo de la diócesis de Nouna-Dedougou. En ella trabajó incansablemente fundando nuevas parroquias para hacer que la misión llegase a los últimos rincones de aquellas tierras que no habían oído hablar del evangelio.

Yo he trabajado diez años como misionero en su diócesis y puedo decir que él era un hombre de Dios, un hombre de profunda oración, y de un gran empuje misionero, al ver cómo movía las diferentes palancas para hacer que llegasen a su tierra ayudas. Consiguió que se instalasen en su diócesis diversas comunidades de religiosos y religiosas. En su tiempo se fundó un Monasterio de carmelitas descalzas españolas. Era un hombre muy sencillo y muy cercano a la gente. También era muy bueno, muy acogedor con sus sacerdotes.

Monseñor Ceferino ha sido muy probado por diferentes enfermedades. Pero a pesar de todo nada ha parado su empuje misionero. La muerte lo ha sorprendido en el tajo del trabajo. Que Dios premie sus trabajos misioneros y en él nos queda el recuerdo de un hombre enamorado del evangelio hasta hacerle llegar a los más recónditos lugares.