Manuel de Diego Martín
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9 de mayo de 2009
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Dicen por mi tierra de la vieja Castilla que siempre se encuentra un gallego a quien echar la culpa. Que me perdonen los moradores de Galicia, pero el refrán es así. Dicho de una manera más elegante podemos afirmar que siempre hay una tendencia a buscar un chivo expiatorio de nuestros males, hacerle cargar con los pecados y culpas de todos, echarle a desierto y que allá se muera. Así los demás nos podemos quedar más tranquilos.
La progresía mundial tuvo en un tiempo como chivo expiatorio para echarle las culpas de todos los males del mundo al yanki, al americano, últimamente personificado en el semidemonio llamado Bush.
Pero resulta que este desgraciado hombre ya está retirado. El pueblo americano tiene ahora como estrella rutilante un nuevo líder que es amigo de los progres del mundo entero. Así pues ya no es correcto políticamente meternos con Obama, ni despreciar su bandera, ni insultar al pueblo americano. Entonces ¿con quién nos metemos ahora? Si no podemos pasar sin chivos expiatorios y los necesitamos para echar sobre él todos nuestros males, ¿dónde lo encontraremos?
Ya lo tenemos. El papa Ratzinger cumple muy bien su perfil. El fue la bestia negra que en un tiempo perseguía a los buenos teólogos que buscaban la libertad del hombre. El viene ahora con teorías trasnochadas que ponen en peligro la salud pública de la humanidad. Hay que recusarlo.
¡Pobre Benedicto, es decir bendito de Dios! ¿Que te quieran recusar a ti, que solamente tienes en tu corazón y en tus labios palabras de amor, de justicia, de paz y de esperaza para el mundo? Es verdad que este hombre manifiesta a veces el dolor que le produce ver a tantos que se cierran al misterio de Dios, pues según él quedarse sin Dios es quedarse sin la verdadera esperanza. Pero también predica la misericordia divina. ¿Este mensaje, es tan disparatado para que no se lo pueda perdonar la progresía?
Ayer mismo hablaba con un joven musulmán, practicante y le comentaba el dolor que me producía ver a tantos magrebíes con el botellón en la mano. Y le decía: “¿Dejar su familia, su país, su fe religiosa para llegar a esto? ¿Qué pudiéramos hacer para ayudarles?”, me contesta: “Si han dejado a Dios, si han dejado la religión, ya no se puede hacer nada con ellos”. El Papa nos dirá que siempre hay esperanza. Entonces ¿Por qué recusar a este hombre?