Manuel de Diego Martín
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5 de abril de 2014
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En los primeros siglos del cristianismo, los catecúmenos que iban a bautizarse en la Vigilia Pascual, hacían una celebración muy solemne en la que renunciaban con toda contundencia a seguir el camino del Demonio para entregar totalmente su vida a Jesús. En este acto, los catecúmenos, de pie, mirando a Occidente le decían al Diablo que ya no querían ser por más tiempo víctimas de sus mentiras, por tanto le daban la espalda y se volvían a Oriente, de donde viene la salvación, para seguir solamente a Jesús.
El otro día asistí a una celebración presidida por el Sr. Obispo en que un grupo de unos cuarenta cristianos del Movimiento Neo-catecumenal, que ya han terminado su proceso de formación, hicieron esta misma ceremonia, algo que me impresionó mucho pues yo no había visto en mi vida cosa igual.
En primer lugar fue muy emotiva la presentación de los candidatos. En estos tiempos en que ya no sabemos casi qué es eso de una familia cristiana, era admirable ver la presentación de aquel grupo de matrimonios que iban a hacer la promesa, y detrás de ellos acompañando, tres, cinco, siete, nueve hijos, siguiendo el mismo camino en la fe que les han enseñado sus padres.
Otro momento muy importante fue el de inscribir el nombre de los candidatos en una magnífica Biblia que presidirá en el futuro la comunidad, haciéndose eco de lo que dice el libro del Apocalipsis de que el nombre de los bautizados quedarán escritos en el Libro de la vida.
Pero el momento más impactante fue, sin duda, aquel en que cada quien, uno a uno, fueron diciendo su nombre con el yo renuncio a vivir en el mal y en el pecado. Mirando hacia una puerta oscura que simbolizaba la presencia del Diablo, con la mano derecha levantada en alto, le decían que renunciaban a todas las mentiras que han vivido a lo largo de su vida, mentiras que han sufrido en relación al poder, al sexo, siendo víctimas de sus egoísmos, soberbias, desconfianzas y faltas de amor, mientras arrojaban en un cesto con toda su fuerza un puñado de euros para decir con firmeza que no querían ser por más tiempo esclavos del dinero. Ahora quiero seguir a Jesús, decían, y se daban media vuelta para caer de rodillas delante de la Cruz de Cristo.
Cuando todos habían hecho su promesa, el Sr. Obispo les fue imponiendo las manos para implorar la fuerza del cielo para hacer firme en su vida la renuncia al mal y su propuesta de vivir en adelante para el bien.
Esto ocurrió en los Salones de la Parroquia de la Sda. Familia en la que este grupo, terminado su catecumenado, renovarán su Bautismo en la próxima Vigilia Pascual con el compromiso de entregar su vida totalmente a Jesucristo, comprometidos a trabajar dentro la Iglesia en la evangelización del mundo.