Manuel de Diego Martín

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8 de febrero de 2014

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Un año más celebramos la Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas con el lema: “Un mundo nuevo, proyecto común”. Este grito quiere hacer realidad visible el Octavo Objetivo del Desarrollo del Milenio que programó Naciones Unidas propiciando una asociación para el desarrollo a nivel internacional.

Dicho todo de forma más sencilla tenemos que decir que para llegar a buen puerto, debemos convencernos de que todos los hombres y mujeres del mundo formamos una sola familia, y que desde este principio estamos llamados a superar los individualismos y egoísmos particulares y pasar a la “cultura del don” y construir así un mundo más solidario y fraterno.

Cuando reflexiono sobre todo esto, no puedo por menos que traer al recuerdo lo que dijo el Papa Benedicto XVI en “Caritas in veritate” que el verdadero desarrollo de los pueblos se fundamenta en que todos nos reconozcamos parte de una sola y gran familia con un proyecto común y que no somos simplemente individuos puestos los unos junto a los otros. Por tanto, añade el Papa, hace falta una verdadera autoridad política mundial comprometida en la realización de un desarrollo humano integral para todos los pueblos.

A todas estas reflexiones podemos añadir lo que el otro día dijo el Papa Francisco al Foro de Davos en el que se reunían los dirigentes de los países más ricos del mundo. Les recordaba el Papa a todos estos buenos señores que el crecimiento global y equitativo requiere una justa distribución de las riquezas, a la vez que se lleva adelante la promoción integral de los más pobres que consiste en ir más allá de un puro asistencialismo.

Un mundo nuevo y mejor es posible. Y afirmamos que esta realidad se hace más posible aún, si tomamos en serio el mensaje de Jesús que exige una fraternidad universal. Es Jesús quien nos ha revelado como nadie que todos los seres humanos formamos una sola gran familia. Actuemos en consecuencia y veremos cómo la utopía de un mundo mejor se convierte en la más gozosa realidad.