Manuel de Diego Martín
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5 de marzo de 2011
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En el mensaje para la jornada mundial de la paz de este año, el Papa nos recordaba que la libertad religiosa es uno de los pilares en el que debe fundamentarse la paz social de los pueblos.
Todo el mundo comprende que cuando a uno no le dejan ser lo que es, vivir tal como uno entiende la vida, expresar lo que lleva dentro, en lo más hondo de su corazón, no puede vivir en paz, sentirá que está violentado.
Pero si además, por el sólo hecho de ser cristiano te matan, ¿qué otra mayor injusticia y salvajada se puede cometer? A la inmensa lista de masacrados en estos tiempos en países islámicos, se ha dado esta semana el triste asesinato de un ministro de Pakistán. Este hombre, desde su inspiración cristiana, había sentido el deber de inspirar y proponer leyes más humanas para su pueblo. Le ha costado caro el invento y ha pagado con su vida. En muchas latitudes hay un odio tal hacia lo cristiano que se expresa en actos como éste.
En medio de esta trágica situación, se han dado estos días también dos acontecimientos que nos dan un poco de esperanza. Tanto el Parlamento Europeo como el Español han hecho sendas propuestas para que la libertad religiosa sea respetada en todos los pueblos. Tenemos que reconocer que entre nosotros la llamada al respeto a las libertades en general ha estado viva en la conciencia de todos, pero la libertad religiosa parecía que a muchos, desde un inconfesado laicismo, no les preocupaba demasiado. Por fin, se habla más claro y se llega a comprender que la libertad religiosa es una libertad más a la que el ser humano tiene derecho, tal vez la más acariciada porque ella toca más íntimo, toca al corazón del hombre.
Pidamos al cielo que las convulsiones que están teniendo muchos países árabes para pedir pan y libertad, conlleve también la libertad religiosa, no sólo para ser musulmán sino para ser cada uno lo que quiera. Si no se consigue esto, la ansiada revolución se habrá quedado a medio camino.