Manuel de Diego Martín

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12 de enero de 2013

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El siete del pasado mes de octubre fue declarado por el Papa Benedicto XVI doctor de la Iglesia universal el santo manchego S. Juan de Ávila. Y en estas navidades la diócesis de Albacete tuvo como hermoso regalo el hecho de que sus reliquias, en concreto su mismo corazón, pasase un tiempo entre nosotros.

Venían desde Montilla (Córdoba) lugar en que se guarda su cuerpo y sus reliquias, entrando en la provincia por Alcaraz. Allí fueron acogidas en el Monasterio de las Hermanas Franciscanas y veneradas por el pueblo. Después llegaron a la Catedral, donde se celebró una Eucaristía. Al día siguiente fueron llevadas al Seminario para encontrarse con más de un centenar de sacerdotes celebrando con el Sr. Obispo su convivencia navideña. Esa misma tarde las reliquias peregrinaron hasta Caudete siendo recibidas en el Monasterio de las Hermanas Carmelitas de la antigua observancia. Esa noche volvieron a la ciudad y celebramos una vigilia de oración en el Convento de las Hermanas Carmelitas descalzas. Al día siguiente fueron hasta Villarrobledo al Convento de las Hermanas Clarisas y allí celebró el Sr. Obispo una misa de despedida.

Para mí fue un momento muy emotivo cuando estábamos casi todos los curas de la diócesis reunidos para celebrar la Eucaristía y ver llegar las reliquias del Santo llevadas por cuatro sacerdotes jóvenes. Allí en el presbiterio, allí mismo estaba el corazón de nuestro santo patrón. Aquel de quien tantas veces nos hablaron en el seminario y al que teníamos que imitar en nuestra vida y contagiarnos de su afán apostólico.

Este sí que fue un evangelizador de cuerpo entero. Nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) en 1500 de familia rica e hijo único, lo dejó todo para entregarse a Jesucristo. Recorrió multitud de pueblos predicando el evangelio; por antonomasia se le llama “el apóstol de Andalucía”. No dejaba de repetir aquello de que sepan todos que Dios es amor. O aquello de que somos barro y el Señor el alfarero, que haga de nosotros lo que quiera. O, también, más me gustaría estar sin pellejo que sin amor a la Virgen María.

Fue un gran santo y amigo de santos. Como dice el refranero, Dios los cría y ellos se juntan. Tuvo relación con Santa Teresa de Jesús, S. Ignacio de Loyola, S. Juan de la Cruz… S. Juan de Dios fue uno de tantos que se convirtieron ante la predicación de este gran santo, de este maestro de la fe.

En este año de la fe, ante la urgente llamada que se nos hace para la nueva evangelización, no cabe duda que el encontrarnos con este santo, el poder llegar a sentir de cerca el latir de su corazón evangelizador, ha sido el mejor regalo que se nos podía hacer a nuestra diócesis en esta Navidad.