Julián Ros Córcoles
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13 de marzo de 2021
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En un mundo de mediocridades es lógico que nuestro Padre Dios se vea muchas veces como un Dios exagerado. ¿Hacía falta tanto? San Juan nos presenta la pasión y muerte de Jesús como un signo evidente del amor apasionado, exagerado, (obstinado diría el Papa Benedicto XVI) de Dios por nosotros. A Nicodemo se lo dijo con claridad Jesús en aquel entrañable diálogo nocturno y discreto sobre lo que significaba eso de nacer de nuevo: “Tanto amó Dios al mundo…”. Y como pórtico al relato de lo sucedido en la noche de la pasión San Juan parece recordar y haber entendido más profundamente las palabras de Jesús al decirnos: “Habiendo amado a los suyos…los amó hasta el extremo”.
No es infrecuente considerar “extremistas” las posturas de quienes, afianzados firmemente en la fe, no ceden en algún punto nuclear del Evangelio. De algún modo todos los mártires son “extremistas” pues llevan, con la gracia del Espíritu Santo, al extremo su fidelidad a Jesucristo. Contemplar por tanto la Cruz de Cristo como signo del amor de Dios es precisamente lo que marca la alegría característica que este domingo de cuaresma nos trasmite cuando la recordamos como el pueblo de Dios en el exilio de Babilonia recordaba a Jerusalén.
Por dos veces dirá San Pablo en la segunda lectura que estamos salvados por la “gracia”, es decir, por ese don de Dios que es su amor comunicado a nuestra propia existencia. Me toca ahora “sentir” ese amor exagerado de Dios para poder superar las dudas y los obstáculos que, como a Nicodemo, me llevan a buscar un encuentro escondido con Cristo que esconde el miedo al testimonio público de la fe en Él.
Hoy me puedo plantear cómo responder al amor radical del Señor. San Juan Pablo II nos proponía: “Es preciso que … nos hagamos estas preguntas fundamentales, que fluyen de la cruz hacia nosotros. ¿Qué hemos hecho y qué hacemos para conocer mejor a Dios? Este Dios que nos ha revelado Cristo. ¿Quién es El para nosotros? ¿Qué lugar ocupa en nuestra conciencia, en nuestra vida? Preguntémonos por… tantos factores y tantas circunstancias quitan a Dios este puesto en nosotros. ¿No ha venido a ser Dios para nosotros ya sólo algo marginal? ¿No está cubierto su nombre en nuestra alma con un montón de otras palabras? ¿No ha sido pisoteado como aquella semilla caída «junto al camino» (Mc 4, 4)? ¿No hemos renunciado interiormente a la redención mediante la cruz de Cristo, poniendo en su lugar otros programas puramente temporales, parciales, superficiales?” Hacerse estas preguntas es camino de alegría.
“Que María, que es Madre de misericordia, nos ponga en el corazón la certeza de que somos amados por Dios; nos sea cercana en los momentos de dificultad y nos done los sentimientos de su Hijo, para que nuestro itinerario cuaresmal sea experiencia de perdón, acogida y caridad” (Papa Francisco).