Julián Ros Corcoles

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24 de diciembre de 2022

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Lo confieso. Me resulta muy difícil escribir una reflexión sobre el Evan­gelio para el día de Navidad. La alegría profunda y serena de la Navidad, la ternura de un Dios hecho Niño por amor al hombre, el anuncio de la Paz, la Iglesia contemplando desde los ojos de María y José, desde los ojos asom­brados de los ángeles y los niños, con la mirada de los pastores y de los magos… Y, al tiempo, el hue­co hiriente de los que ya no están porque el aguijón de la muerte nos ha separado, la guerra y el ham­bre que siguen asolando una gran parte del planeta, la crispación y división que afecta a nuestra so­ciedad y a tantas familias, la sole­dad no deseada, los inmigrantes y desterrados… 

La Navidad nos pone a los cris­tianos ante un mundo de contras­tes, un auténtico desafío tanto para nuestra interioridad como para la historia de la humanidad. Y la Iglesia en este día nos invita a superarlos y dar una respuesta personal. 

En primer lugar, con la oración personal, familiar y comunitaria: “Clamemos al Señor: Tú, el Dios poderoso, has venido como niño y te has mostrado a nosotros como el que nos ama y mediante el cual el amor vencerá. Y nos has hecho comprender que, junto a ti, debemos ser constructores de paz. Amamos tu ser niño, tu no-violencia, pero su­frimos porque la violencia continúa en el mundo, y por eso también te rogamos: Demuestra tu poder, ¡oh Dios! En este nuestro tiempo, en este mundo nuestro, haz que las va­ras del opresor, las túnicas llenas de sangre y las botas estrepitosas de los soldados sean arrojadas al fuego, de manera que tu paz venza en este mundo nuestro” (Benedicto XVI, homilía Navidad 2010). 

Una oración que necesaria­mente genera esperanza: la cer­teza de que el amor de Dios mani­festado en Jesús Niño ha vencido al mal, al pecado y a la muerte. 

Cristo es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Una esperanza que nos permite reconocer a Dios pre­sente en todas las situaciones en las que lo creíamos ausente. ¡Qué bien se entiende así lo luminosa que es la Navidad! Y el gran de­safío de la Navidad para todos los creyentes: nuestro testimonio.

Quien tiene un niño pequeño sabe cuánto amor y paciencia se necesitan. Es necesario alimentarlo, atenderlo, limpiarlo, cuidar su fra­gilidad y sus necesidades, que con frecuencia son difíciles de compren­der. Un niño nos hace sentir amados, pero también nos enseña a amar. Dios nació niño para alentarnos a cuidar de los demás. Su llanto tierno nos hace comprender lo inútiles que son nuestros muchos caprichos, y de esos tenemos tantos. Su amor inde­fenso, que nos desarma, nos recuer­da que el tiempo que tenemos no es para autocompadecernos, sino para consolar las lágrimas de los que su­fren. Dios viene a habitar entre no­sotros, pobre y necesitado, para de­cirnos que sirviendo a los pobres lo amaremos” (Papa Francisco, ho­milía de Navidad 2020). 

Que Santa María, madre del Niño Dios nos conceda a toda la Iglesia que camina en Albacete experimentar el auténtico amor de la Navidad que conlleva una profunda alegría… la alegría que tiene sus raíces en forma de Cruz. ¡Feliz Navidad para todos!

Julián Ros Corcoles
Vicario General Diócesis Albacete