+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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8 de noviembre de 2014
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Queridos amigos:
Os hablaba la semana pasada de la necesidad de la oración. Os decía que más importante que ser buenos oradores es ser buenos orantes. Hay que trabajar con el oído atento a la Palabra de Dios.
Hoy os añado otro aspecto: Hay que trabajar con los ojos abiertos a la realidad. Decía el Papa Benedicto XVI en su admirable carta “Deus caritas est” que “el programa del cristiano – el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús – es un corazón que ve”.
Sí, “un corazón que ve”. “Sólo se ve bien con el corazón, lo esencial resulta invisible a los ojos”, decía el zorro al Principito. Es ésta una afirmación tan sabia que hasta la han tomado en serio los sociólogos, que son los analistas profesionales.
El Papa Francisco nos ha recordado que el evangelizador “ha de ser un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo de la realidad, poner un oído en el pueblo”. No se trata, pues, de una mirada puramente sociológica, supuestamente neutra y aséptica, sino de una mirada que se deja afectar: “La mirada del discípulo misionero se alimenta a la luz y con la fuerza del Espíritu Santo”.
Hay que contemplar la realidad, ver con amor, escuchar atentamente, llegar incluso a entender los silencios, descubrir lo que hay detrás de lo que aparece a primera vista, leer los sufrimientos y las frustraciones ocultas… Sólo así se puede llegar al corazón de las personas. Y sabemos que la evangelización se realiza de corazón a corazón.
Son importantes el estudio y la formación. Ya lo trataremos. Pero no se evangeliza cultivando sólo la inteligencia o la imaginación, ni con disquisiciones teóricas sobre la realidad, ni perdiendo contacto con las alegrías y los sufrimientos de la gente. Hay que descubrir también sus aspiraciones, las riquezas y los límites, las maneras de amar, de considerar la vida y el mundo que distinguen a unos grupos de otros; prestar atención a sus signos y símbolos. El que mira sin prejuicios suele descubrir muchas “semillas del Verbo” esparcidas en el mundo por el Espíritu Santo, que ha llegado allí mucho antes que nosotros. Cuando se mira atentamente, uno acaba inexorablemente preguntándose por el origen y las causas que están detrás de los hechos.
Queridos amigos: En una civilización paradójicamente herida de anonimato e impudorosamente enferma de curiosidad malsana – sólo hay que ver determinados programas de la Tele -, la mirada misionera ha de ser cercana para contemplar, para conmoverse y para detenerse ante el otro cuantas vece sea necesario. Hay quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro. ¡Qué admirable lo que dice también el Papa Francisco sobre la manera con que hemos de actuar!: “La comunidad cristiana achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando al carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tiene así “olor a ovejas” y éstas escuchan su voz”.
Haya personas que se creen tan listas que piensan que lo suyo es sólo pensar y criticar, para que los demás hagan y corrijan. No seamos así. Recuerdo haber leído lo que probablemente no es más que una maledicencia: Los “retros” o no ven al herido al borde del camino o “pasan” de él por eso de que es un holgazán, tal vez un drogadicto, gentuza…; “los progres” también “pasan” por eso de que no hay que dar el pez, sino enseñar a pescar; no quieren caer en la trampa de la beneficencia. El samaritano, en cambio, se detiene, no pasa de largo. De momento hace lo que hay que hacer, lo normal, y luego remueve Roma con Santiago para que se arregle lo que haga falta. El Papa Francisco dice con mucha gracia que cuando encontramos un herido en la calle no empecemos preguntando por el colesterol.
Hasta otro día.