Natalia Cantos Padilla
|
16 de septiembre de 2023
|
227
Visitas: 227
En el camino de la vida y desde muy temprana edad nos encontramos con situaciones difíciles causadas por personas que nos hieren a veces sin querer y otras intencionadamente. En estas situaciones, se suele tener muy en cuenta la gravedad del daño causado, pero a veces una persona puede quedar muy maltrecha por un daño pequeño que ha sido continuado en el tiempo, sobre todo si proviene de una persona cercana a ti de la que no es fácil alejarte ni física ni afectivamente por pertenecer a tu entorno familiar o de trabajo. Puede ser simplemente la falta de atención debida a otra persona porque, como dice la sabiduría popular, “No hay mayor desprecio que la falta de aprecio”.
En estos escenarios, podemos desarrollar un sentimiento de rabia difícil de gestionar hacia esas personas que algunas veces termina con el deseo de revancha o con la sentencia “perdono, pero no olvido” que tampoco suele arreglar la situación.
En el evangelio de hoy, Jesús nos dice cómo debemos enfrentarnos a estas situaciones. Así, Pedro pregunta al Maestro: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Y Jesús le responde: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Con esta expresión se nos enseña que debemos perdonar siempre, pero ¿por qué este perdón tan difícil de otorgar es tan importante para Jesús?, ¿quizá Dios quiere que perdonemos para liberar al agresor de la culpa y así sanar su falta?
Si bien el que agrede tendrá que reparar el daño y pedir perdón o responder de su falta, lo cierto es que el rencor genera en la persona una reacción interior malsana que le va devorando por dentro y el perdón es un bálsamo que le proporciona consuelo y alivio para el alma, le libera de una pesada carga y le devuelve la paz. Esto es lo más importante. Si nos deshacemos del odio y del resentimiento dejaremos espacio para desarrollar sentimientos positivos como el amor y la generosidad buscando otras fuentes más saludables de las que nutrir nuestra interioridad.
Pero también cabe preguntarse si el perdón es un sentimiento que debe brotar por sí mismo o es una decisión del individuo. Si fuera el primer caso, sólo ciertas personas lo podrían otorgar, sin embargo, la mayoría de las veces el cristiano deberá implicar su voluntad para perdonar recordando cómo Jesús perdonó hasta su muerte. Por eso, cada acto de perdón será una nueva decisión libre, consciente y sincera, un camino exigente que sólo con dificultad se convertirá en un hábito.
Finalmente, no hay que olvidar que, igual que nos hieren, todos tenemos la capacidad de herir y necesitamos del perdón. A este respecto continúa el evangelio: “Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Aunque de manera natural nos nace más fácilmente mirar “la mota en el ojo ajeno” que “la viga en el propio” tenemos que recordar que nosotros también debemos pedir perdón y éste tiene los mismos efectos curativos, en nosotros y en el prójimo, que perdonar. No en vano perdonar fue una recomendación de Jesús cuando nos enseñó a orar y por eso en el Padrenuestro pedimos a Dios “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Natalia Cantos Padilla
Licenciada en Teología