Manuel de Diego Martín

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24 de junio de 2006

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El martes pasado, en la lectura de la misa de cada día, nos tocó leer aquello del evangelio de Mateo que dice: “Amad a vuestros enemigos. Haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os calumnian…” En la homilía intenté explicar lo que significaban estas palabras de Jesús y cómo debíamos ponerlas en práctica por más difíciles que nos pareciesen. A la salida, una feligresa me interpela cariñosamente. “¿Hay que amar también a Txapote?” ¡Pues claro que sí! Pero, Señor, pensaba para mis adentros, que difíciles nos pones estas cosas.

En el mismo día, la primera lectura, nos hablaba del criminal acto terrorista que hizo el rey de Israel, Acab, matando al pobre Nabot para apoderarse de su viña. Como el rey es el rey, pues aquí no pasa nada y lo hecho bien hecho está. Pero amigo, el profeta Elías que en aquel tiempo era la justicia viva para el pueblo, se encaró con el rey y le dijo: “Criminal, lo vas a pagar caro. Dios reprueba tu crimen. Los perros lamerán tu sangre, en el mismo sitio que lo hicieron con el pobre Nabot al que tu asesinaste”.

Entonces Acab que había comprendido su tremendo crimen y que ante Dios y el Profeta no puede enmascararlo, reconoce su pecado y pide perdón haciendo grandes penitencias. Dios tiene compasión de él y le perdona mientras viva.

Así pues vemos que hay que perdonar. Pero hay gentes que son tan malas que no quieren el perdón porque son radicalmente incapaces de arrepentirse, de reconocer sus crímenes. No se puede hacer nada con ellos. Esto ocurrió con la mujer de Acab, Jezabel que era más mala que su marido. Por no reconocer su crimen acabó arrojada por la ventana de su palacio y comida por los perros en la calle. Esto ocurre también con los terroristas “Txapote” y “Amaya” que son tan malos que no quieren reconocer el terrible mal que han hecho. No esta mal, pues, …que pasen su vida entre rejas.