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5 de agosto de 2017

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El miedo es un sentimiento muy humano que nos ayuda a defendernos de lo malo, de los peligros, de aquello que nos puede acarrear de alguna u otra forma algún problema. El miedo por tanto tiene un componente de defensa personal. Podríamos decir que tiene una cara beneficiosa. ¿Por qué pienso esto? Os cuento…

Y lo primero que hago es traer a la memoria a Don Victorio, el Obispo de mi infancia y de mis primeros pasos por el Seminario. De él aprendí a estar contento, a preguntar a los demás cómo están, a valorar la eucaristía como lo mejor del día y a ver en el pecado una esclavitud que no nos deja ser libres, y a sentir que el miedo no es malo. Con D. Victorio hablé en mi paso del Menor al Seminario Mayor, él me preguntó si tenía miedo de este paso y no supe que decirle. Pensé que, si le decía que no, posiblemente le mentiría y si le decía que sí tenía miedo, daba muestras de debilidad ante la llamada… Le dije que sí, y me respondió que menos mal porque si le hubiera dicho que “no tenía miedo”, me hubiera impedido entrar al Seminario Mayor. ¡Qué cosas! Y es que el miedo no es malo, nos puede ayudar a crecer. Miedo a no saber si podremos ser fieles, si llegaremos a la meta, si podremos responder a la llamada del Señor. Desde ese momento el miedo lo veo no como algo que nos paraliza sino como una posibilidad, como un estar en las manos de Dios. 

Pero vivir en el miedo o del miedo es algo negativo. Nos paraliza, no nos deja libertad, nos hace pequeños, no nos ayuda a desarrollar nuestras cualidades y posibilidades. El miedo es malo. Y vivir en el miedo es algo de lo que debemos huir y librarnos.

Son muchos los gobiernos en el mundo y muchos los que ejercen el poder ya sea en cualquier pequeña empresa o incluso dentro de las familias, que viven la vida agrandando miedos y atemorizando a la gente para tenerla controlada y debilitada. El miedo nos conduce a necesitar de alguien que nos controle, que dirija nuestra vida y nos muestre la dirección por donde caminar y actuar sin pensar por nosotros mismos. El miedo no deja paso a la creatividad y a los sueños, ni a la búsqueda de nuevos ideales. 

Hoy la Palabra de Dios nos muestra la escena conocida de la “transfiguración”. Y es al final de este relato donde los apóstoles al escuchar la voz de Dios se llenan de miedo. Caen al suelo, y lo hacen ni más ni menos que de bruces. ¡Menuda escena! Dios hablándoles y ellos espantados, tirados en el suelo, llenos de miedo.

Y es que no es para menos, nos da miedo escuchar a Dios porque Él siempre es impredecible. Siempre hace nuevas las cosas (y cuánto nos cuesta cambiar nuestros esquemas). De Dios no te puedes fiar mucho porque en cualquier momento te cambia los esquemas y te trasforma los valores y proyectos que este mundo te propone como camino de felicidad. Este, nuestro Dios, es extraordinario: cuando los grandes y los poderosos dicen que, por ahí, Él al revés, habla de mirar al lado contrario, a los débiles y olvidados, a los descartados de la sociedad.

Por eso no me extraña que los discípulos tengan miedo a escuchar a Dios. Complica la vida y las decisiones, enreda la mente y el tiempo libre. Pero ahí está Jesús, que se acerca a los apóstoles y les toca para comunicarles que no tengan miedo. Acercarse y tocar. Dejar que se acerque y nos toque. Y es entonces cuando escuchamos: “levantaos, no temáis”.

Vencer miedos es sinónimo de levantarse, de actuar, de mirar hacia delante, de volver a soñar y pensar en los ideales. Las utopías no son flor de pasado. Levantarse de perezas y rutinas, de comodidades, y depresiones. Levantarse de cansancios y egoísmos. Levantarse frente a la injusticia, el odio y la mentira. Levantarse ante la desesperación de los jóvenes preparados y sin trabajo, ante los ancianos olvidados y solos, frente a la avaricia del tener y ganar, frente a los que promueven el dinero fácil por medio del juego y no del esfuerzo, frente a los especulan con la casa común o la naturaleza. Levantarse frente a fundamentalismo de un Dios juez e impasible. Levantarse y dejarse tocar por Dios.

Nuestro Dios, el de Jesucristo, habla y se comunica. Toca escucharle. Vencer miedos para poner el oído a tono. Un Dios que apuesta por la alegría, por los valores del reino, por los derechos humanos. Un Dios que propone el cuidado del medio ambiente, el respeto a la naturaleza y casa de todos. Un Dios que sigue llamando a jóvenes a entregar su vida por Él y su propuesta. Toca vencer miedos y el primero es… el de escuchar a Dios.

José Joaquín Tárraga Torres
Delegado diocesano de MCS y Juventud