Manuel de Diego Martín
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4 de mayo de 2013
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Cada día nos encontramos con la gran contradicción entre lo que decimos con las palabras y después mostramos en la vida. El mismo día en que se celebraba el día internacional de la seguridad de los trabajadores, se derrumbaba en Bangladesh un local dejando un montón de muertos y heridos. Según la información dada, todo se debe a que estos trabajadores desarrollaban su actividad en unas condiciones infrahumanas de inseguridad con la malvada idea de conseguir los empresarios mayores beneficios.
El miércoles pasado, día del trabajo, el grito unánime en las calles fue que, en esta hora de emergencia, lo que más necesitan nuestras gentes es tener un puesto de trabajo, pues sin trabajo no hay dignidad. Y podemos añadir, que para que este trabajo se pueda llevar adelante con toda dignidad, nadie puede aprovecharse dando sueldos injustos o hacer trabajar en condiciones de inseguridad con el fin de aumentar vorazmente beneficios.
El miércoles los creyentes celebrábamos la fiesta de ese buen trabajador que fue S. José. En los evangelios se conoce a este hombre como el artesano y Jesús es conocido como aquel muchacho que trabajaba en la empresa familiar de su padre. Vemos cómo el Padre eterno no puso a su Hijo en manos de un parado, sino de un trabajador. En la ley de la creación está aquello de ganarás el pan con el sudor de tu frente. Queremos por tanto que llegue el día en que los comedores sociales sean un mal recuerdo.
Los Papas que he conocido todos han hablado de este tema, del trabajo para dignificar al hombre. Juan XXIII con la “Pacem in Terris”, Pablo VI en la “Populorum Progressio”, Juan Pablo II en la “Centessimus Annus” y en la “Laborem Exercens”, Benedicto XVI en “Caritas Veritate”. El miércoles pasado el Papa Francisco pidió a los dirigentes del mundo que hagan lo posible e imposible para que todos los hombres puedan tener un puesto de trabajo que les devuelva la dignidad. El Concilio Vaticano II tiene también hermosísimos mensajes sobre la actividad humana. Y es que en todos está claro que donde no hay trabajo, el ser humano no puede cumplir su vocación como hombre. Y todos estamos llamados a vivir con dignidad.