Juan Iniesta Sáez
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14 de diciembre de 2019
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Diversos personajes, no tan secundarios, toman cierto protagonismo en estas semanas del Adviento. Los patriarcas, reyes y profetas de la antigua alianza; la Virgen María y San José, Isabel y Zacarías, etc., en los relatos en torno al nacimiento de Jesús.
Entre unos y otros, haciendo como de bisagra, surge el protagonista del Evangelio de este domingo: Juan el Bautista. Juan no es sólo el enlace entre la antigua y la nueva alianza de Dios con su pueblo; entre el pasado del tiempo “antes de Cristo”, y el futuro abierto y esperanzador para toda la humanidad del “después de Cristo”.
Juan no es, simplemente, ese puente que en el pueblo de Israel se tiende entre dos momentos en la historia de una religión. Juan también es aquí el paradigma del seguimiento de todo cristiano, de toda persona que quiere encontrarse con el Mesías.
En el relato de este domingo, vemos a Jesús alabando, ensalzando, poniendo a Juan como modelo de discipulado, precisamente porque, en su manera de comportarse, manifiesta la grandeza de quien se toma en serio (proféticamente) su existencia de cara a Dios y a los demás. También vemos al mismo Juan, al inicio de este pasaje, mostrando ciertas dudas sobre el mesianismo de Jesús. Él sabe (con los “libros” en la mano) por quién quiere entregar su vida, sabe a quién confiesa, sabe dónde está el fundamento de su fe. Pero, a la vez, le entran dudas de que Jesús sea el ansiado Mesías. Si nos ponemos un momento en su pellejo, podremos entender hasta qué punto esas dudas pueden ser comprometedoras para alguien dispuesto a gritar en el desierto (comprometiendo físicamente su vida) que la salvación está cerca. Y gritarlo a un mundo del cual la mayor parte permanecerá voluntariamente ajena a ese anuncio (esa realidad sucedía en el siglo primero como sucede en el s.XXI).
Sólo una respuesta puede ofrecer Cristo: la de los signos mesiánicos. Los ciegos ven, los cojos caminan… Sólo una respuesta puede ofrecer la Iglesia, el Cristo total alentado por el Espíritu de Dios, ante los desafíos de la increencia contemporánea: los nuevos signos mesiánicos. ¿Cuáles? Que todavía hay esperanza de que se puede construir un mundo más divino porque es más humano; que la fraternidad puede ser real y no mero lenguaje edulcorado para este tiempo navideño; que la preocupación por los más débiles de nuestros tiempos puede promover, y lo hace, acciones EFICACES para mejorar el mundo. Y en lo silencioso y tranquilo de nuestros corazones, en lo particular de cada persona, que Cristo sigue teniendo cabida para tocar con ternura nuestra existencia concreta y seguir trayendo vida al mundo.